"Estamos en la estación Maximiliano Kosteki y Darío Santillán", dice desde los parlantes del tren una voz grabada, impersonal, sin un atisbo de la emoción que significa nombrar la tragedia que lleva implícita esos dos nombres. Esa voz que se repite innumerables veces en el dia al arribar el tren a lo que antes se llamaba Estación Avellaneda, evoca en una especie de cinta de Moebius, el humo de los gases lacrimógenos, las confusas imágenes del repliegue, los disparos en la Estación, los cuerpos de Maxi y Darío, un estruendo que no cesa desde esa mañana del 26 de junio de 2002.
Hice unas fotos en un momento terrible. Hice unas fotos que ayudaron a desmontar una mentira que pretendía culpabilizar a los referentes de las organizaciones piqueteras e imponer una versión maliciosa y quizás premeditada de los hechos.
Hice unas fotos en medio de gases, disparos, corridas, en una protesta excepcional en un año excepcional. Un año que estaba marcado por un ciclo que había comenzado el 19 de diciembre de 2001 cuando la gente salió a la calle luego de que un presidente que ya no era, decretó un estado de sitio frente a un desmanejo que provocó la desesperación por la situación económica que hizo salir a muchas y muchos a saquear supermercados.
Un año atravesado por tensiones y operaciones de todo tipo. La calle ardía, muchas veces literalmente.

Hice unas fotos donde unos policías desaforados levantaban sus escopetas contra jóvenes armados de un espíritu de rebeldía y ansias de justicia en un panorama de descomposición social inédito en la historia argentina.
Bajo el sol lánguido
La voz impersonal del tren asume la tragedia que llevan implícita esos dos nombres y reconstruye el humo de los gases lacrimógenos, las confusas imágenes del repliegue, los disparos en la Estación, los cuerpos de Maxi y Darío, esa mañana en que un sol lánguido caía sobre las veredas del Bingo Avellaneda y ya había pasado un largo rato de la hora indicada para que las organizaciones sociales convocadas cortaran el Puente Pueyrredón que une la ciudad de Buenos Aires con Avellaneda.
El plan de lucha planteado por las organizaciones abarcaba el corte de los principales accesos a la Ciudad en reclamo principalmente de aumento en los planes pero que también que se escuchara la voz de un sector emergente de la sociedad, los desocupados, que habían sido marginados y eran los que más sufrían las consecuencias de la política económica de los 90 y la debacle en que terminó el gobierno de De La Rúa.
Bajo ese sol lánguido por un instante deseé que la demora se debiera a un acuerdo tardío con el Gobierno y se hubiera suspendido todo. Se intuía que iba a ser una jornada difícil después de una semana de negociaciones frustradas y amenazas explícitas por parte del Gobierno y un clima político extremadamente confuso. En esas divagaciones estaba cuando avisan que las columnas del MTD Anibal Veron venían avanzando por la avenida Hipólito Yrigoyen. El cordón de la Policía Bonaerense que atravesaba la avenida se corre y los dejan continuar.

La avenida Mitre, columna vertebral de la ciudad de Avellaneda y acceso al Puente, era el lugar de confluencia de las organizaciones y la policía bonaerense quedó en medio de estas. Un oficial que parecía estar al mando, luego supe que era Fanchiotti, moviendo nervioso la Itaca, grita, “tienen 5 minutos para desalojar”. Después fueron los gases lacrimógenos, el desbande, el despliegue de una violencia repentina e inaudita, disparos, huida a través de la avenida Pavón camino a la estación, el cuerpo de Maxi sin vida en el hall, Dario que se arrodilla, toma su mano y cuando irrumpen Fanchiotti y Acosta se levanta y corre hacia el patio y dos disparos de atrás lo dejan caído, herido de muerte, antes del túnel que conduce a los andenes. Dos policías arrastran su cuerpo hasta la calle dejando un reguero de sangre. Un final trágico, absurdo, cargado de una maldad sin sentido.
Imágenes que reconstruí durante meses intentando descubrir algo que se me escapaba de ese agujero de violencia que se llevó dos vidas de jóvenes. Jóvenes que no eran indiferentes al drama de una sociedad quebrada por años de políticas injustas.
Fotografiar sin ver
¿Qué se puede agregar después de veinte años? Que queda por decir, además de homenajearlos, marchar, gritar presentes ahora y siempre y saber que sus nombres van a seguir ahí, testigos de una política insensible, injusta, absurda. Queda saber quienes diseñaron ese horrible operativo, quienes habilitaron a la policía para que cargue sus armas con plomo y extienda una cacería que excedía la función de impedir el corte de un acceso, falta saber quienes se confabularon y avalaron ese operativo criminal insensibles al reclamo de los más desprotegidos.
Para mí queda también lo inevitable: reconstruir, repetir una vez más el relato de los hechos, que ya conté infinitas veces , que por momentos me resulta irreal por lo lejano en tiempo y también por la forma en que persiste y se renueva. Escucho esa voz en el tren al llegar a la estación que antes se llamaba Avellaneda y algo me distancia del lugar, ese lugar ya no puede ser más lo que fue. Ha quedado impregnado de los cuerpos de Dario y Maxi. No puedo entrar al hall sin volver a ver el cuerpo de Maxi inerte y Dario a su lado, sin mirar la pared y pensar “contra esa pared apreté mi espalda mientras fotografiaba sin ver”. No puedo entrar al hall sin sentir un estremecimiento que impide estar en el hoy de ese lugar.

Aunque me haga el distraído, las imágenes siguen ahí, luego empiezo a armar y desandar el relato y ya no estoy tan seguro de los tiempos ni del orden pero sí de que ese espacio retiene de un modo impreciso y no solamente por toda la imaginería, murales, stencils, esculturas que lo pueblan, el agujero dejado por la violencia demencial desatada contra personas que reclamaban un lugar en una sociedad que los dejaba afuera. Me resulta extraño pensar en que forma fui parte de eso y como afectó mi trabajo, como a partir de ahí todo fue un antes y un después. Aunque para mí el día clave del antes y el después había sido el 19 de diciembre de 2001, porque ese día sentí que el pueblo podía volver a ser parte activa de una construcción política y quería involucrarme en ese proceso que se iniciaba desde mi lugar de fotógrafo en un medio. El 26 de junio fue una trágica muestra de lo importante que es acompañar los procesos sociales y políticos fuera de las roscas de escritorios y teléfonos.

20 años después queda un relato inconcluso donde falta saber quienes fueron los responsables del armado de un operativo que no escamoteo violencia.
20 años después Maximiliano Kosteki y Darío Santillán siguen estando como emblemas de una militancia generosa y comprometida, ahora y siempre.
