medios, internet y política

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07 jun 2021

por Gabriela Piovano - Médica Infectóloga del Hospital Muñiz

foto de portada: Carlos Brigo (TELAM)

Falsos verdaderos

Abnegados militantes del descuido

Desde que inició la pandemia de COVID19, los medios hegemónicos enarbolaron fake news y negaron evidencias de la realidad, lanzados a una cruzada de desinformación que complicó aún más la vida de pacientes y trabajadorxs de la salud.

Siempre cuento que elegí entre Comunicación y Salud. Años después supe que hay una íntima relación entre ambos campos; porque resulta vital poblar de conocimientos e informaciones fidedignos los medios de comunicación, para democratizar su acceso y dar paridad e inclusión a vastos sectores vulnerables, y a la vez, necesitamos utilizar todas las herramientas de la “comunicación tradicional” para promover valores relacionados con la salud y el cuidado.

Esta pandemia también implicó la urgencia de poner información fidedigna a disposición de las masas, dado el creciente interés de la gente común acerca del tema y frente a la necesidad epidemiológica de que las medidas de cuidado fueran comprendidas, aceptadas y adoptadas por la población, como única estrategia de alcance para disminuir la propagación de la infección y de los casos.

Nuestro día de trabajo en el Hospital Muñiz comienza a la mañana temprano, con una reunión de equipo de la que participan médicos de planta y de guardia, kinesiólogos y enfermeros, en la que analizamos el caso de cada paciente y evaluamos las estrategias de tratamiento. Esto es engorroso porque hay que repasar las novedades y en función de lo que evaluamos, delinear en equipo las acciones del conjunto, reafirmando determinadas conductas o implementando cambios.

Cuando la reunión termina nos cambiamos, nos colocamos todos los elementos de protección e ingresamos a la sala de terapia intensiva, donde ya casi no nos reconocemos a fuerza de tener la cara tapada. La mayoría de los pacientes están dormidos y con un respirador conectado por un tubo en la tráquea o una traqueostomía. Algunos pueden estar despiertos y conscientes, por ser casos que no requieren respirador o porque se están recuperando. Vemos a cada paciente y, según lo establecido para cada caso, tal vez los colocamos boca abajo (pronación) o boca arriba (supinación). Muchas veces recibimos a nuevos pacientes y rápidamente establecemos si los vamos a intubar o no, y definimos qué accesos venosos les vamos a colocar. Son momentos críticos, porque podemos tener efectos contrarios a lo esperado, algo fuera de lo previsto puede empeorar la situación. Es una realidad terrible: todavía no hay parámetros sobre cómo definir el resultado si intubamos a un paciente o si no lo hacemos. Estamos en plena pandemia y aún no tenemos los datos definitivos para poder establecer cuáles son los parámetros que determinan cambiar o tomar determinada conducta.

Podemos estar durante horas viendo pacientes y, al trabajar con muchos, aumentan las infecciones intrahospitalarias, que en realidad son la estrella de las terapias intensivas desde hace más de 10 años.

En esta situación tan compleja, el rol de los terapistas se ve muy exigido.

Algo que también vino a irrumpir e interpelar es el rol del terapista, no solo en cuanto al trabajo en equipo como a su relación con la comunidad. Y su rol en la comunicación. En el Hospital Muñiz estábamos acostumbrados desde la epidemia de VIH-SIDA a trabajar con pacientes que evolucionan lentamente. Ahora los casos son neumonías, tenemos que atender el daño que provocó el virus, la respuesta inmunológica del organismo y la cicatrización, el endurecimiento del pulmón, las infecciones por el respirador, o el catéter o las sondas. Mientras esperamos por la evolución del paciente, se trata de acertar si podemos sacarle el respirador o si va a decaer en caso de que lo hagamos. Cuando a los veinte o treinta días de hospitalización el paciente fallece, es muy frustrante para nosotros. Pero hay más.

Carne de cañón

Dada la dimensión de la pandemia, hay muchos médicos que están trabajando en terapia y no son especialistas, algunes tienen una formación muy precaria y aunque están supervisados, muchas veces resulta que los kinesiólogos tienen más expertise en la unidad de terapia intensiva (UTI). Todo eso significó un cambio de perspectiva para muchos médicos y resto del equipo de salud.

En ocasiones tan complicadas como esta, la comunicación cumple un rol fundamental, que ayuda a mejorar las cosas, o complica aún más la realidad. En nuestro caso, la pandemia fue mostrando con lupa el exceso de información tendenciosa en los medios de comunicación. Como consecuencia directa, muchas personas se expusieron como carne de cañón al virus, se infectaron y murieron o llevaron la enfermedad a sus familiares o allegados. La puja política y el poder de los negocios se convirtieron en una situación más que preocupante. Las consecuencias nefastas, podemos experimentarlas tristemente en la actualidad. Y quienes tenemos que dar respuesta todos los días frente a la pandemia no podemos ocuparnos al mismo tiempo de tantos frentes abiertos.

Qué distinto sería si los medios hegemónicos hubieran militado los cuidados y la cuarentena tanto como lo hicieron con el neoliberalismo. Para atravesar la pandemia con la menor cantidad de fallecidos, se necesita buena información y buena comunicación.

Muchos colegas del equipo de salud y científicos responsables estuvieron en la primera línea de la comunicación, por ejemplo Ernesto Resnik, Tomás Orduna, Omar Sued, Jorge Rachid, entre tantes otres, desbaratando operaciones de desinformación. La comunicación alternativa también jugó un papel importante al proporcionar información responsable, aunque en muchos casos son bastiones de las fake news.

Qué distinto sería si los medios hegemónicos hubieran militado los cuidados y la cuarentena tanto como lo hicieron con el neoliberalismo.

Pero es importante ver y escuchar cara a cara a las personas, para analizar cómo estamos atravesades por la hegemonía comunicacional que militó en contra de los cuidados.

Durante la pandemia, las fake news intentaron instalar que las vacunas no servían, contribuyeron difundir las mentiras de los antivacunas y apuntaron a minimizar la actuación o a demonizar al equipo de salud.

Muchas personas añosas se dejaron ganar por el mensaje de “nos obligan a estar encerrados sin una razón importante, tenemos que luchar por ser libres y salir”. Y recién se guardaron después de ver morir a muchos de sus amigos.

En un momento, los medios hegemónicos elogiaban la velocidad de la vacunación en Chile y en Uruguay. Luego se vio que la vacuna que principalmente se aplicó en esos países no era tan eficaz como las que se están aplicando en Argentina. Y ya no hablaron de eso.

Muchas personas añosas se dejaron ganar por el mensaje de “nos obligan a estar encerrados sin una razón importante, tenemos que luchar por ser libres y salir”. Y recién se guardaron después de ver morir a muchos de sus amigos.

Y con el tema de la presencialidad en las escuelas, que incidió en el aumento de los contagios, un canal de noticias llegó a exhibir en cámara a una mujer angustiada porque el hijo que no podía ir a la escuela. ¿Quién le impuso el mandato de que si el niño no terminaba cuarto grado en plena pandemia, iba a ser un fracasado en la vida?

Esta pobreza de análisis también abarcó a un sector del mundo de la ciencia. Hubo médicos que fallecieron porque no quisieron vacunarse. Y peor aún, muchos desaconsejaron las vacunas a sus pacientes. Una se da cuenta cuando escucha que un médico o un paciente dice “ay, no, yo la vacuna china no me la doy, porque me da cosa”.

En la calle circula mucho la visión que sostienen los medios hegemónicos, aunque la realidad la derribe todo el tiempo. ¿Pero por qué hay una población abierta a recibir este tipo de mensajes que terminan siendo derribados por la realidad? ¿Cómo puede ser que la afectividad o las emociones provocadas empañen la evidencia obtenida? ¿Cuántas muertes podrían haberse evitado si la información hubiera sido menos tendenciosa?

PRODUCCIÓN de la nota: Adriana Carrasco