El avance de los negacionismos en el ámbito público nos advierte de la barbarie. Desde las intervenciones políticas de precandidatos a diputados hasta programas de la cultura del entretenimiento, la banalización de la historia se ha convertido en una constante.
Tres casos del presente más reciente nos alertan. Primero, el precandidato a diputado de Juntos x el Cambio, Ricardo López Murphy, negando la cifra de 30000 desaparecidos, por considerarla “un número artificialmente inflado”. Segundo, también un precandidato, del mismo partido, Martín Tetaz, quien acusó al Frente de Todos de tener "un fuhrer que decide quién va y quién no" a la hora de armar las listas propias. Por último, la inclusión de la figura icónica de Ana Frank como fondo de pantalla en una coreografía del programa Showmatch: La Academia, ambientando una coreografía de una canción de Paulina Rubio, en el momento en que la cantante dice "yo no soy esa mujer que no sale de casa".
Como se ve, ya no se trata de hechos aislados, de una intervención suelta de un diputado de izquierda o alguna figura de la ultra-derecha. Y particularmente en la televisión los negacionismos son transversales y estructurales.
La victimización de las derechas
La nueva época, se está jugando en las pantallas y vuelven a la carga los proyectos de ley contra los negacionismos. El senador Oscar Parrilli, por ejemplo, presentó un proyecto de “Sanción Penal a Conductas Negacionistas y/o apologistas de genocidio y crímenes de lesa humanidad”: quienes nieguen, minimicen, justifiquen o reivindiquen los delitos de genocidio y/o de lesa humanidad serían llevados a la prisión desde tres meses a dos años o una multa equivalente a uno y hasta cien salarios. Desde los canales abiertos también, mientras se banaliza cada día un poco más los horrores contra la humanidad, se piden penalizaciones más duras. Pero para que esta cultura no crezca, en realidad, es necesario desarticular sus discursos y ponerlos en evidencia. Cuando se intenta imponer una ley contra el fascismo se permite a las derechas avanzar en el territorio de los derechos humanos, porque les posibilita el acceso a una excelente plataforma para la victimización.
Los casos de Showmatch, López Murphy y Tetaz, son muestras contundentes de lo que está sucediendo. Los negacionismos se están convirtiendo en una constante. Lo banal no es el mero objeto sino la forma, el cómo se lo trata y el modo en que se pretende sustituír a un sujeto, estableciendo una lógica binaria de valoración. Se trata del Bien o del Mal; es la redención o el infierno. Lo banal está en las antípodas de una reflexión: de pensar con otros.
Ana Frank como figura de valentía, emprendimiento y empoderamiento frente al nazismo es la banalidad del mal porque ella fue una víctima del totalitarismo nazi. De un lado no hay un Führer que determina "quién va y quién no", como dice Martín Tetaz. La banalidad es, nuevamente, lo binario: quién va, quién no va, de un lado está el Bien y del otro lado está el Mal. Pero no hay un Führer que determine cosas, no hay reflexión mediatizada, no hay pensamiento y, por ende, hay banalización. No hay dos lados, en todo caso, hay terceridades..
El caso del negacionismo de los 30000 desaparecidos es un hecho propiamente singular. Hace unos años, en el programa conducido por María O’Donell en LN+, frente dichos negacionistas del dirigente de Juntos x el Cambio, Darío Lopérfido, Martín Kohan intervino tajantemente demostrando el significado real de sostener la palabra en público y, sobre todo, en casos de negacionismo explícito. Hay desaparecidos, no muertos.
Responsable memoria
La banalidad del mal es interpretable y discutible, es decir, no sigue una guía ni responde a un método de censura -otra razón por la cual no servirían las leyes contra los negacionismos-. Representa un problema para nosotros y, desde ahí, hay que discutirla: caso por caso, porque se manifiesta de manera diferente debido a su singularidad.
Frente a los tres hechos mencionados hay algo que podemos decir: no somos ni podemos ser indiferentes, por el contrario, todos somos responsables. Y la responsabilidad es aquello que no podemos delegar a otros. Yo soy responsable por el otro. La responsabilidad se carga porque tanto el legado como la herencia exigen tres cosas: tomar prestado, cuestionar y tener memoria, responsable memoria.
Esta es la forma más singular que podemos responder frente a los horrores: con responsable memoria.
Es en este lugar donde aparece la crítica como arma porque se ubica indefectiblemente en un fuera de lugar, pero también se encuentra más allá de los binarismos, las dicotomías o las dependencias.
La calamidad es el otro nombre del negacionismo. Por esa razón es que la crítica emerge, en otras palabras, para que ni la banalización ni los negacionismos se normalicen.
Nuestro trabajo es tomar responsabilidad y no ser indiferentes a los negacionistas y banalizadores; desarticulando sus enunciados y sus enunciaciones a través de textos, videos o, si tenemos la oportunidad, en el mismo acto. Los discursos de odio que proliferan en el ámbito público requieren este mismo trabajo.
Si hay algo que nos enseña el pensamiento judío es que lo contrario al olvido no es la memoria, sino la educación. El riesgo es que la educación se convierta en la amnesia institucionalizada. Este riesgo es un peligro típico de la modernidad y ocurre cuando se sustituye el saber por una mixtura de saberes efímeros que se diluyen con el tiempo. Entonces solo queda responder, intervenir y desarticular: los discursos de odio, los discursos negacionistas y los discursos banalizadores.
Creemos que esta es la forma en la cual podemos responder a los horrores de los negacionismos y banalizaciones, pero también es la manera de darles justicia -efímera justicia- a las víctimas para que no avancen sobre ellas. O, como escribió Walter Benjamin en las Tesis sobre filosofía de la Historia (1940), “ni siquiera nuestros muertos estarán seguros cuando el enemigo venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.