Cristina está viva, pero podría no estarlo. Está viva porque las balas no salieron. Hay milagros que son perfectos. Hay milagros sociales que hacen posibles otros. Porque el jueves, cuando le dispararon a Cristina, lo que hicieron sin querer fue cambiar la historia de este país para siempre.
Déjenme decirles que la Argentina ya no es la misma.
Hoy Argentina es un país que atravesó el intento de un magnicidio y ante ese intento una sociedad unida, organizada, pacífica, politizada, sensible, sensata, abierta, plural salió a la calle para decir que las cosas van a cambiar para siempre. Que necesitamos construir una nueva forma de convivencia democrática, porque hasta acá llegamos con la violencia política. Algunos decían que se llegó a un límite. Lamento decirles que los límites se los llevaron puestos hace años. Lo que pasó con el intento de asesinato a Cristina es que ahora ya nadie puede hacerse el desentendido o la desentendida.
Argentina hoy conserva lo mejor de su historia y hace un punto de giro en defensa total, cerrando filas, en favor de la vida democrática como forma de convivencia, como espacio social, como valor ético, como la casa de la política. Dentro de la democracia todo lo que quieran, estamos bajo el mismo techo y con las mismas reglas de convivencia. Pero afuera nada. Y es tiempo que sepan que quienes han salido de la democracia ya no podrán volver porque este país tiene memoria, busca justicia y quiere verdad.
Quiero ser muy clara y muy enfática: la democracia la defendemos en todos lados y en todos los momentos del tiempo.
Hay momentos históricos en los que las sociedades parecen acostumbrarse a cualquier cosa que suceda, a cualquier evento, acontecimiento, a cualquier práctica social. Aun cuando muchas veces esas situaciones al irrumpir en nuestra sociedad causan escándalo. Por ejemplo, colgar bolsas mortuorias en la casa de gobierno o montar una guillotina para degollar políticos o inventar causas judiciales contra líderes populares o fogonear desde los medios con mensajes de odio, estigmatización y criminalización. Pero esos actos que alguna vez fueron rechazados o condenados terminan por volverse habituales y recurrentes. Pasan a ser parte, en este caso, de nuestra vida política. Ya no nos asombran, no nos horrorizan. O quizás sí nos horrorizan pero como son uno más de una larga cadena, el efecto parece ser más efímero. Sin embargo, el jueves a la noche y el viernes durante todo el día nos dimos cuenta de que esta sociedad no acepta acostumbrarse al horror de la violencia política.
Esta sociedad no acepta acostumbrarse al horror de la violencia política.
Hay un punto de la situación que vivimos que me parece muy importante. Los tan trillados discursos de odio. Existen, los vemos en muchos lugares, los vemos repetidos, los vemos retransmitidos. Hay personas que son habladas por ese odio.
Ahora bien, no seamos reduccionistas. No nos quedemos solo con esa violencia verbal y simbólica porque hay muchas más variables que se anudan, que hacen juego, que se montan y multiplican su sentido. Empecemos con la más obvia: el poder judicial. Deslegitimado, clasista, racista, misógino. Ese poder judicial del que podemos hacer mil críticas por su falta de justicia es el brazo operativo de operaciones contra Cristina. Entonces son los discursos de odio, pero son también las causas armadas.
Y es la política. Siempre es la política. Porque son los dirigentes opositores que fogonean, que están detrás de los jueces, que buscan efectos golpistas con las características de este momento político. Son, incluso, muchos dirigentes que se sientan en estas bancas y lanzan acusaciones a los gritos. Y eso legitima ciertos escenarios de violencia política, habilita a que ciertas personas se crean con el derecho de empuñar un arma. Estas situaciones implican entonces la forma de la violencia política.
De nuestro lado, estamos siempre defendiendo con nuestras convicciones y peleando por un proyecto de país plurinacional, feminista y popular. Pero nunca van a escuchar de parte nuestra decir “esperamos la desaparición de un espacio político” o la confrontación de “ellos o nosotros”. Me parece importante que podamos responsabilizarnos de nuestros decires.
Nunca van a escuchar de parte nuestra decir “esperamos la desaparición de un espacio político” o la confrontación de “ellos o nosotros”. Me parece importante que podamos responsabilizarnos de nuestros decires.
Quiero referirme a un punto más. La violencia política cuando es contra las mujeres se monta y se articula con la violencia por motivos de género. Eso es tan claro y tan evidente, que hasta han usado argumentos para justificar el ataque a Cristina que conservan la misma lógica de los argumentos que justifican la violencia contra las mujeres. ¿Qué es lo primero que escuchamos? “Es un loco”. Las mujeres sabemos bien que se trata de un sujeto social y culturalmente producido. Eso que llaman un loquito, con perdón de los locos, es una persona violenta. Y no hay que atenuar ni bajarle el precio a esa violencia. Es violencia política y agravada por estar dirigida a una mujer.
Frente a una mujer sin miedo hay muchos varones y también mujeres del ámbito social, cultural, comunicacional y político que no saben cómo reaccionar y reaccionan violentamente.
A las mujeres todo nos cuesta el doble. Ya lo sabemos, no nos vamos a victimizar. No nos sorprende esta saña contra Cristina. Pero, así como todo nos cuesta el doble, también tenemos el doble de fuerza para transformar lo que vivimos.
Cristina es el fuego de nuestras batallas.
En nombre de ella defendemos la vida democrática.
Defendemos la democracia sin miedo, democracia que resulta muy cara a nuestro país porque es el logro de muchos compañeros y compañeras que dieron su vida para ello. Defendemos la democracia porque el amor colectivo, fraterno y politizado vence.