Que el 28 de junio se recuerde el Día del Orgullo es una consecuencia más del imperialismo cultural estadounidense. En estos lares, ya antes de esa fecha, maricas y lesbianas estaban organizadas carteándose con otras de ultramar: las catalanas perseguidas por la dictadura franquista. Eran las locas y tortas de Nuestro Mundo creado por el militante comunista Héctor Anabitarte del Sindicato de Correos, quien pronto sería “despromovido” por sus “conductas”. Es por eso que cuando en casi todo el mundo se marcha el 29 de junio, en nuestro país se decidió marchar en noviembre, recordando la fecha en que maricas y lesbianas autóctonas decidieron juntarse por primera vez antes de Stonewall.
Pero aquí tampoco comenzó la historia, ya que la historia solo tiene el comienzo aparente de quien narra. Si quisiéramos remontarnos más atrás en el tiempo, en la Alemania pre nazi llegó a existir en Berlín una movida “homosexual” --según términos de la época-- de clubes, investigación y política
¿Por qué entonces el día del orgullo se celebra para muchos movimientos en el mundo, en el aniversario de una revuelta en un barrio de Nueva York?
Se conmemora el día en que un grupo de travas y maricas tristes por la muerte de Judy Garland y hartas del maltrato policial se le plantaron a la cana. La revuelta comenzó en un boliche y se extendió a un barrio tal como indicaba el manual de estilo de protesta de la época: ganar las calles, corear consignas y revolear piedras y, cuentan, hasta parquímetros contra móviles policiales y sus integrantes. Inclusive el mainstream de la industria cultural (Facebook, Google, Paramount, American Airlines, Starbucks, etc.), rercuerda el día.
Revuelta gringa hecha más en nombre de la libertad y su enmienda que de la igualdad, en una coreografía de fraternidad y sororidad que buscaba un lugar bajo el sol más que transformar la sociedad.
El asiduo carteo de las argentas con las catalanas torturadas y perseguidas no perdía de vista el carácter de un régimen opresor como el fascismo. Lutz Winckler lo caracteriza acertadamente como el “extremismo del medio", que surge de la mano de las pequeñas burguesías cuando no tienen respuesta en nombre y manos de la moderación de la socialdemocracia y de la derecha clásica.
La revuelta barrial gringa, en cambio, se inscribía en la tradición liberal de la tolerancia, la identidad y el espacio propio. No es poco. Pero pasadas estas décadas de conquistas de derechos surge una pregunta ¿Qué interpela hoy las luchas LGBTIQ+?
Intenciones y voluntades
Fue la fuerza de voluntades, y la traducción del clima de revuelta en el aire en los 60, lo que hizo posible la “guerrilla” de Stonewall. Del mismo modo, fueron las voluntades de las maricas y las lesbianas criollas las que dieron lugar a esa primera experiencia política desviada que no espero ninguna correlación de fuerzas, sino que se lanzó, golpeó e insistió con la convicción de la verdad, la justicia y la compasión. Un desvío en el marco de un horizonte político de “proscripción permanente” y democracias amputadas (el peronismo estaba prohibido desde 1955). Fue la fuerza de la voluntad hecha colectivo e intenciones que interpelaron los límites que oprimían, trazando nuevos modos de habitar que no implican la negación de ningún otro y de los que ahora gozamos y ampliamos.
Stonewall fue una bisagra política como el case Roe vs. Wade: una escena en la vidriera del mundo en que nuestro estilo de vida se mira cual espejo, aunque le devuelva imágenes deformadas que son negadas sistemáticamente. Desde entonces, luchas que se daban en otras partes del mundo, Argentina entre ellos, salieron a la luz porque es difícil ser profeta en la propia tierra: la consagración gringa dio carta de ciudadanía a luchas similares, nunca idénticas
¿Cuál era la especificidad “nac”? En Argentina, el grupo Nuestro Mundo se conformaba de personajes urbanos que sufrían el silencio impuesto, el escarnio y la persecución cotidiana. Esta opresión devino fuerza pública que se enmarañó con nuevas experiencias socialistas, cristianas, “de profesionales”, anarquistas y, por supuesto, peronistas, siempre en conexión y ruptura. Este encuentro no fue lineal ni para afuera ni para adentro. El cantito “No somos putos, nos somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros” fue repetido en papers hasta el hartazgo obliterando experiencias más cotidianas de articulación como la de las JUP Agronomía.
Al conocido rechazo y reparos de las fuerzas políticas hay que sumarle también las consecuencias del injerto y la trasposición de una tradición, de una modalidad organizativa: la de un grupo identitario en una arena política marcada por el disciplinamiento dictatorial, la resistencia peronista y las revueltas de masas en las que el significante “igualdad” organizaba debates y combates.
¿Qué implicó esta inscripción sexo política en el cuerpo de la lucha política de la Patria que poseía significantes propios? En los debates que se dieron al interior de los intentos de articulación de los distintos espacios se puede rastrear una tensión que hoy continua y produce pesadillas y nuevas prácticas emancipatorias: la tensión entre las apologías a la identidad como decálogo (y nicho de mercadeo) y la identidad como crítica a la desigualdad y la exclusión.
Estas tensiones se verificaron en colectivos como Bandera Negra (anarquistas), Grupo Eros (Facultad de Filosofía y Letras de la UBA), Grupo de Cristianos Gays, Grupo de Profesionales Gays, entre otros, y su culminación en el FLH en 1972.
En el diario “Homosexuales” que el FLH repartió de manera gratuita en las puertas del Congreso de la Nación hay un exquisito debate sobre la “marica” ¿Qué implicaba ser marica? ¿Era un acto revolucionario per se o era una burda copia de la mujer? Más de una feminista TERF diría que si a la segunda parte de la interrogación. Pero sin desviarnos a otros debates ni ponernos a dar respuestas, lo interesante son las condiciones de esas preguntas: los cruces sobre qué producía una marica eran ya un cuestionamiento a la capacidad emancipatoria de las políticas de la identidad en los devenires de las sociedades capitalistas como la nuestra.
Mucho se escribió y se escribe sobre qué son las identidades: desde las celebraciones acríticas multiculturalistas, los borramientos de la paleo izquierda, el odio de la derecha y hasta las hoy domesticadas corrientes queer que surgieron como una crítica a la identidad por su carácter domesticador y terminaron siendo una letra en el sintagma LGTIBQ+ como si cada letra tuviera igual valor, fueran intercambiables y no se debiera seguir indagando sobre los efectos de parcela de toda identidad.
¿A nadie le llamó la atención que en la última Marcha de Buenos Aires hubiera una carroza del PRO? ¿Por qué son tan pocas las voces que señalan la contradicción entre consagrar derechos y las políticas de ajuste como las propuestas por un Martín Tetaz que trataba de bailar música electrónica en una carroza mientras arriesga dejarnos sin moneda?
¿Cómo un diputado gay que dirige un partido de derecha se pavonea en el escenario de una celebración como es la del Orgullo en Buenos Aires pero le molestan los debates e instituciones que intentan repensar y regular los contenidos de odio en los medios de comunicación?
La identidad no es el resultado de “buena intención” y mucho menos producto de una “voluntad pura”, sino de modos de existencia que se recrean de manera compleja en un mundo arrasado por la explotación que se justifica en el odio y no al revés. Por eso no hablamos de “homofobia”/”lesbofobia”/”transfobia”, sino de marcaje, discriminación, represión y hasta exterminio donde toda intención y toda voluntad devienen una.
Diferentes, pero de qué...
A 53 años de la Revuelta de Stonewall hay mucho que festejar y tanto otro por lo que preocuparse.
Preocupan los países donde hay penas que van de la cárcel hasta la muerte. ¿A ningún país y sus federaciones de fútbol se les ocurrió sabotear el Mundial de Qatar al que a los putos que nos gusta el futbol no podríamos ir sin peligro?.
Preocupan los discursos de odio de las derechas que cuentan en sus filas con sus prolijos LGTBIQ+ que les lavan la cara a sus políticas anti igualitaristas.
Y preocupan quienes combinan ingenuidad y ambición bajo las formas oenegeriles creyendo que la simple identidad es una afirmación voluntariosa e intencional de libertad y de igualdad sin reparar en que lo necesario a atender en las políticas de la diferencia viene después de la proposición “de”. Es decir, que lo importante no es ser simplemente "diferentes", sino tener claro qué es aquello de lo que nos diferenciamos. Ser diferentes del machismo, del clasismo, del racismo, del fascismo.
El valor crítico de la diferencia no está en su dimensión de inocua y mercantilizable diversidad, sino en ser diferentes de todes aquelles que para existir requieren de la abyección de otres. Por eso, la manía obsesa de les pro identidad funciona como eslabón y engranaje activo que nos puede acercar peligrosamente a les que oprimen. Parafraseando a David Halperin en su crítica a les opresores: “no se trata de decir que somos iguales a ustedes, salvo en la cama”, sino que “ustedes y nosotres somos solo iguales en la cama y diferentes en todo lo que resta.”
Stonewall ya pasó. En PostStonwall aquella revuelta no puede ser folklore a diestra, porque queremos seguir siendo diferentes en nombre de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la sororidad de todes les que queremos que la vida sea celebración en abundancia.