medios, internet y política

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02 sep 2021

por Nicolas Viotti

Fotos: María Eugenia Cerutti

Juego de espejos

El Reino de este mundo: pluralismos en tensión

La intensa polémica que produjo el estreno de una serie, actualiza los interrogantes acerca de cómo se relacionan la iglesia evangélica y el poder pero también, sobre los prejuicios con que los discursos hegemónicos representan a las minorías

El estreno de la serie El Reino en la plataforma Netflix parece haber encendido un barril de pólvora que subyace a los modos de imaginar la religión evangélica en Argentina. Con apenas ocho episodios, ha hecho estallar una verdadera controversia pública que remueve los miedos sobre las relaciones entre religión evangélica, política y el avance de las derechas en la región, pero también sobre los modos de representar a minorías religiosas, los estereotipos seculares y católicos sobre mundos religiosos complejos y diversos. En particular, la serie ideada por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro, puso en el centro del debate lo que parece ser una difícil convivencia: la que debería articular el valor positivo de una diversidad que incluya tanto al género como a la religión.

El exitoso pastor de una mega iglesia pentecostal termina, por un hecho inesperado, como candidato a presidente de Argentina. Su intención es llevar los principios de una teología cristiana conservadora -centrada en la naturalización de la familia, el género binario y una moral tradicional obsesionada con la corrupción- a la vida pública. Este movimiento hacia la política no está exento de fuertes rechazos por parte de su círculo íntimo, sobre todo de su esposa que hace todo lo posible por mantener un lema que el propio protestantismo le legó al pensamiento político moderno: la separación de iglesia y Estado. En un tono que no termina de convencer, ni por su pretendido realismo ni por sus momentos casi grotescos, se pretende retratar una vida cotidiana manipuladora, llena de falsedades e hipocresías.

En una operación ya clásica en las formas de retratar prácticas religiosas supuestamente amenazantes se hace pasar la parte por el todo (anulando toda posible diversidad del mundo evangélico), se les imputa prácticas criminales y se asume un tipo de creencia religiosa absolutamente binaria, cerrada, fanática y sin matices. El argumento es paranoico y conspirativo, pero al mismo tiempo produce un efecto de empatía con un sentido común argentino católico secularizado acostumbrado al cliché de la conspiración política, el imperialismo norteamericano y el conservadurismo religioso evangélico. El pentecostalismo local realmente existente, en torno al 18% de la población argentina, no es ni objeto de representación ni un potencial público. Disperso mayoritariamente desde hace medio siglo en cada rincón de los barrios populares en pequeñas congregaciones animadas por pastores y pastoras reclutadas en esos mismos barrios, es el gran ausente de El Reino.

No es apenas una ficción

Las relaciones entre religión y política no son sólo las de una religión de manipuladores y falsos profetas conservadores: hay una representación contrapuesta que muestra una “verdadera religión” que está en los presos y en los chicos de la calle. La religión legítima es la religión del pueblo, la de los pobres y necesitados. Son ellos quienes resguardan el verdadero poder mágico del carisma. El personaje de “El pescado”, símbolo del antiguo cristianismo, es una suerte de mesías que hace milagros y que promete ser la contracara religiosa del pastor-demoníaco. Pero este intento por rescatar la dimensión encantada de la religión verdadera está cargada de catolicismo. El protector de los niños es un cura católico encargado de la Virgen de Caacupé, la simbología mesiánica se parece más a la de la teología de la liberación tercermundista que al pentecostalismo y Tadeo, uno de los pocos que se rebelan contra la autoridad del pastor y su familia, está más cerca de un militante católico de base de la década de 1970 que de un fiel pentecostal popular.

¿Pero no es al fin y al cabo sólo una ficción? ¿No deberíamos asumir que es apenas una representación estética, una interpretación entre otras, y no un estudio académico pormenorizado?

Es casi una obviedad sostener hoy que la industria cultural es un espacio de producción de estereotipos, de discursos dominantes y de hegemonía. Criticar esa mirada por unidimensional y mostrar la diversidad de usos nunca debería renunciar a describir su función reproductora de sesgos sobre nuestras alteridades religiosas. Como, al mismo tiempo, no deberíamos cansarnos de subrayar esa función en los estereotipos de género, clase y raza. En un horizonte donde memes, selfies y plataformas digitales marcan el ritmo de nuestras interacciones sociales, exacerbadas durante la pandemia, sería muy ingenuo insistir en el rasgo “ficcional” de El Reino. Ni la industria cultural ni la religión son sólo construcciones o “ficciones”, ambos son lo que son justamente por sus efectos de verdad.

La crítica de una obra es la crítica de un sentido común, el que está por detrás de las enunciaciones y nunca dirigida sobre personas concretas. Por esa razón la declaración de ACIERA -una de las más conservadoras dentro las diversas federaciones evangélicas- es muy desacertada, al responsabilizar a Claudia Piñeiro de un guión que estigmatiza el “ser evangélico”.

El sentido común del prejuicio

El sentido común secular-católico que desconfía del mundo evangélico asume a El Reino como parte de una denuncia que visibiliza la verdaderas causas de la derecha política. Por su parte,el sentido común de una zona conservadora del diverso espacio evangélico lo interpreta como un ataque y un encono del activismo por los derechos reproductivos. Ambas formas de decir y representar al otro son parciales y hacen pasar la parte por el todo, anulando la complejidad y las tensiones dramáticas que son constitutivas de cada uno de esos mundos.

Si El Reino contribuye a un estereotipo negativo católico-secular del pentecostalismo, no cabe duda de que las reacciones públicas de asociaciones, pastores y fieles más conservadores del mundo evangélico pentecostal contribuyen con otro estereotipo, uno que hace de la “ideología de género” su punto de inflexión (compartido con el amplio mundo católico conservador). Sin embargo, el vuelco conservador de la sociedad argentina, más allá de las agendas cristianas en relación con el género, no se explican por la religión sino por procesos de re-jerarquización social mucho más amplios que atraviesan al campo religioso del mismo modo que a la sociedad en general.

El debate que El Reino abre muestra la necesidad de incluir a todos los pluralismos: los de género, pero también los religiosos. Ello, a su vez, nos pide una fuerte reflexión crítica sobre nuestros sentidos comunes acerca de la religión en general y sobre el pentecostalismo en particular. Ese campo no debería ser binariamente asociado con “progresismos” y “derechas”, sino como modos de producción política de realidad siempre contingentes. Finalmente, que la cuestión religiosa no pasa más por lo exclusivamente “religioso”, esa zona que la modernidad muestra siempre inasible y secreta, sino que (tal vez más que nunca) tiene que ver con la producción y la industria cultural. Las disputas que se den en esos frentes van a necesitar cada vez más del diálogo que asuma la complejidad, la desactivación de conspiraciones y paranoias sociales.