La llaman el culebrón del momento, se emite en prime time y su rating la convierte en el “acierto” exitoso de Telefé.
Hablamos de La Fugitiva, la telenovela turca que se vende como una producción que busca visibilizar la violencia de género. Pero es evidente que quienes, con su honorable intención, previsualizaron la serie no tuvieron en cuenta algunas cuestiones básicas de formación en perspectiva de género. Veamos porqué.
La ficción cuenta la historia de Nefes, una mujer que fue vendida por su propio padre a un empresario adinerado -sí, por supuesto, es un drama de ricos- quien la mantiene cautiva y vigilada por un ejército de hombres para que no pueda escapar de su mansión.
Tanto Nefes como su hijo son víctimas de violencia física y verbal hasta que el destino la cruza con Thair, el héroe de la historia -sí, claro, el chico bueno y guapo de la serie- que la ayuda a escapar y con quien, obviamente, tendrá una historia de amor.
La búsqueda de la trama parece ser la de darle voz a una problemática que vemos a diario en todos los noticieros, en la calle y que padecen miles de mujeres en todo el mundo. Pero no lo hace.
Cuidado con las latas
Antes de discutir por qué La fugitiva es una clara manifestación de cómo ciertos temas de interés político pueden volverse una moda fácil de captar por y para el entretenimiento, vale recordar que esta producción turca es un enlatado, es decir un programa que se compra por un presupuesto muy bajo y, en este caso, proveniente de una cultura muy alejada de la nuestra.
Si bien en ambos países las mujeres continúan luchando por sus derechos, no está de más recordar las diferencias abismales que existen entre ambas culturas y entender también por qué es tan importante repensar estos temas a la hora de incluirlos en la programación de la televisión.
La fugitiva basa su trama en los vínculos amorosos y familiares y la violencia (implícita o no) que surge entre ellos. Ahora bien: en Turquía abundan los matrimonios arreglados incluso entre miembros de la misma familia para abaratar el costo de la boda, existen las casamenteras, mujeres que se dedican a buscarle un marido a las solteras, y esto se da, sobre todo, cuando el nivel educativo o económico es bajo. Aparte de matrimonios endogámicos, la religión -no así el Estado- le permite a los hombres casarse con más de una mujer pero no al revés.
La cosa sigue: las prohibiciones sobre las acciones que una mujer puede realizar en público abarcan desde amamantar, mostrarse con poca ropa o besar en la boca (lo de amamantar acá no está prohibido, pero sabemos que si pudieran, ciertos sectores lo harían ley).

Y como último dato, no menor, el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan, una medianoche del año pasado decidió que el país que gobierna debía abandonar el convenio de Estambul --firmado en 2011 justamente en la ciudad turca--, acordado por el Consejo de Europa sobre la Prevención y la lucha contra la violencia de las mujeres.
El convenio que desechó el presidente turco compromete a los países a la lucha contra todas las formas de violencia contra la mujer: la violencia física, psicológica y sexual, incluida la violación; la mutilación genital femenina, el matrimonio forzado, el acoso, el aborto forzado y la esterilización forzada.
La decisión fue defendida por los conservadores con el pretexto de que el convenio fomenta los divorcios, daña la unidad familiar y que la comunidad LGBTI estaría utilizando sus referencias a la igualdad para obtener una aceptación más amplia en la sociedad.
Mientras tanto en Argentina, el país donde se emite esta novela que refleja comportamientos del medioevo, tenemos Ley de género, matrimonio igualitario, Ley de Educación sexual integral, Ley de protección integral, Ley Micaela, y una Ley de paridad de género en medios de comunicacion que incluye, entre otras cosas: “la implementación de capacitaciones permanentes en temáticas de género y de comunicación igualitaria y no discriminatoria, de conformidad con la normativa vigente en la materia”. Esta última parte del texto de la ley, todavía no les habría llegado a lxs productorxs de Telefé.
De base, nuestros derechos alcanzados y los modos de vincularnos afectivamente ante el Estado son completamente diferentes a lo que sucede en territorio turco. De ningún modo podemos pensar que lo que se busca, entonces, es la identificación. Más bien queda probada la teoría de que es más barato tirar con un enlatado a ver qué pasa, que invertir en realizar ficciones que representen las problemáticas actuales de nuestro país.
Machotes asesinos y salvadores
Tomando como base todas estas diferencias podemos empezar a analizar qué pretenden contarnos con esta novela que fue multipremiada en Turquía, que se vendió a más de treinta países y que cuenta con tres millones de seguidores en las redes.
En primer lugar es imposible no poner la atención en el exceso de violencia: ya en los primeros tres capítulos muestran todas las maneras en las que el “tirano” atenta contra el cuerpo y la vida de Nefes: golpes directos a la cara, quebradura de dedos, meter su cabeza en el agua, arrastrarla de los pelos, entre atrocidades. Algunas de estas situaciones suceden frente a su hijo de unos cinco años.
Sumada a la violencia doméstica se muestra el uso permanente de armas y peleas de mano entre hombres. Todo esto a las 21.15, cuando las familias se sientan a cenar frente al televisor. ¿Buen apetito, verdad?
Sigue. El héroe que la rescata, luego de que ella logra escaparse escabulléndose en su auto, también la maltrata continuamente. La trata de caprichosa por no querer buscar asistencia médica, le dice que se calle cuando opina diferente a él, o le reclama incontables cantidad de veces que le cuente qué cosas le hacía su marido. Además, para "ayudarla" la obliga a hacer las cosas a su manera, como si la chica estuviera planeando unas vacaciones, y no tratando de salvar su vida. En uno de los episodios llega a decirle “Yo no amenazo, yo hago”, cuando ella se niega a ir a un hospital. ¿El héroe que todas buscamos, no? Es clarísimo, por cierto, que la palabra “revictimización” no estaba en las páginas del taller obligado de perspectiva de género del canal.

Pero a pesar de todos estos maltratos y humillaciones de parte del galán salvador con frases como “estás en la ruina, no tenés nada” cuando le revisa sus cosas y ve su billetera vacía, o “no vuelvas a hacer preguntas estúpidas” o “sacá a ese imbécil de la cabeza, piensa en cosas buenas” (eso ayuda mucho a dejar de pensar en el golpeador, seguro), Nefes se enamora de él. Sí. ¿Quién no se enamoraría de un machote maltratador que te libera de un machote más maltratador? Y la prueba de ese amor se da durante su escape, entre momentos de violencia y dramatismo extremos, hay espacio para el flirteo entre ellos, con miradas excesivas y sonrisas aniñadas; como si todo el drama se pausara y estuvieran a punto de empezar un musical.
Otro punto fuerte a revisar es el vínculo que la protagonista tiene con su hijo a quien, como en una novela de Cris Morena, le cuenta historias maravillosas que rápidamente lo hacen olvidar toda su vida miserable. Se disfrazan de indios y, entre golpes y humillaciones, juegan a las escondidas y pintan dibujos. Y el nene, obviamente, ama al héroe y le parece un mega campeón y de entrada ya sabemos que va a querer que sea su papá.
El resto de las vinculaciones muestran algo similar: el hermano mayor del héroe es un empresario que es chantajeado por su mujer a través del sexo. Ella vive peleándose con su suegra, quien no la aprueba porque es una “mujer de años casada, y el fuego no se apaga, eso es imperdonable”. Es decir, su nuera es una mujer que todavía goza de sexo con su marido, y eso es castigable, aparte de ser el único atributo que quieren mostrar en la serie además de que es una enferma de celos capaz de usar armas para matar a su marido o a quien lo pretende.
Todas las mujeres de la novela tienen miedo. Todas las mujeres de la novela naturalizan la violencia cotidiana, el ser calladas, el soportar los chistes machistas que las cosifican o las denigran, que las ponen en el lugar de la “ jabru o el gato”, lugares que, queremos creer ya son algo demodé para la televisión de Argentina.
Nos costó muchísimo trabajo y años de lucha lograr que ese tipo de representaciones dejaran de ser mostradas en nuestra ficción, y no vamos a detenernos.
La semana pasada se presentó una denuncia ante la Defensoría del Público pidiéndo que se revise el contenido del programa. La nota enviada al canal por el organismo dice: “Resultaría pertinente que los medios audiovisuales consideren la posibilidad de multiplicar los elementos virtuosos que contiene la ficción al visibilizar problemáticas de relevancia social, y procurar incluir información socialmente relevante como complemento a las audiencias (números de asistencia en casos de violencia, abuso, por ejemplo)”.
Entretanto, y bien lejos de lo que resultaría pertinente, La fugitiva es una manera de huir a la responsabilidad que tienen los medios en la educación de las masas. Al menos no nos siguen mostrando a la nena de Francella ¿no? Eso ya lo aprendieron. Por supuesto. O tal vez lo vendan como enlatado a Turquía y todo esto forme parte de un gran intercambio cultural.