medios, internet y política

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20 dic 2021

por Javier Trímboli

Fotos: Pepe Mateos

Quinto poder

La marcha multipartidaria, las marchas de 2001 y los recuerdos del futuro

A partir de una serie de crónicas en diarios y revistas de 1981 en adelante, podemos descubrir similitudes y diferencias en el clima de época que se vivía a fines de la dictadura, en diciembre de 2001 y en la actualidad.

“¡Qué fin de año, Dios! ¿Alguna vez se vio algo parecido? De vacaciones sólo hablan los avisos publicitarios y los vendedores de ‘carne’ que desde las tapas de las revistas nos muestran agraciadas e inalcanzables muchachas con sus prometedoras colas floridas. Pero después de los acontecimientos de la Plaza, parecería que quien se va de vacaciones corre el riesgo al volver de encontrarse con ‘otro país’.” Porque nos sobrevuela el 2001, con la ayuda de la efeméride redonda y de los millones de pobres y excluidos, podríamos suponer que la caracterización asombrada de las conmociones que trastocan fiestas y vacaciones corresponde naturalmente al diciembre de ese año. Pero Tabaré (Nueva Pompeya) –así firmaba- era un cronista que, con mucho oído y alma para escuchar a compañeros y compañeras de su generación que volvían al país –y que volvían a esperanzarse-, escribía todos los días en la contratapa del diario La Voz, matutino que vendieron los canillitas entre 1982 y 1985. La Navidad y el 31 que vaticina la cita del comienzo de esta nota, con los ojos clavados en lo que va a venir y desconcierta, pero también con brindis que anudan euforia y amargura por la represión que acaba de suceder, son del año de la guerra de Malvinas.

Podríamos decir que las semejanzas son sólo formales y terminan en la coincidencia en el mes. No obstante, antes valdría agregar que ni la vastísima movilización del 16 de diciembre de 1982, convocada por la Multipartidaria –justicialista, radical, demócrata cristiano, intransigencia y el MID, de integración y desarrollo- para reclamarle a la dictadura un cronograma que conduzca hacia un gobierno elegido por la ciudadanía, ni las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 que, por empezar, terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa, fueron tormentas que se formaron de la nada, sin nubes que las anticiparan.

El desmoronamiento de la dictadura a partir del 14 de junio, vino acompañado de la reactivación de la sociedad civil. Incluso, para calibrar esa otra movilización clave del ‘82, la del 30 de marzo –la del sábado de semana santa en apoyo a la recuperación de las Malvinas merecería ser la tercera-, Halperin Donghi escribe que “la sociedad parecía haber recuperado sus antiguos reflejos” y “la protesta sindical volvió a hacerse oír en la misma Plaza de Mayo”.

Desde septiembre las viejas sociedades de fomento se ponen al frente del reclamo de miles de vecinos de la provincia de Buenos Aires en contra de la suba de los impuestos. Se movilizan en una gimnasia que hace hablar de “vecinazos”. Las dos CGTs –Brasil y Azopardo- confluyen en un paro general contundente el lunes 6 de diciembre. Se lo pone en línea con el de abril de 1979 y con el de julio de 1981 aunque el salto es relevante.

Los diarios registran que en los festejos estudiantiles por el final de las clases se hicieron oír las consignas contra la dictadura y el autoritarismo vigente en los colegios. Se movilizan metalúrgicos y excombatientes. La marcha de la Resistencia culmina con 15.000 personas que acompañan a las Madres hasta el Congreso. Si la movilización de la Multipartidaria logra convocar a más de 100.000 manifestantes es porque se nutre de todo eso y le da una nueva resonancia.

En el 2001, que algo en la vida política y social estaba seriamente dañado se había evidenciado en las elecciones legislativas de octubre, cuando el voto en blanco y anulado alcanzó el 24 por ciento del padrón, además con una alta abstención. En diciembre, a la movilización social se le suma la indignación que provoca el corralito. La manifestación que promueve el 12 una de las CGT apenas congrega a unos pocos miles de trabajadores, pero al paro del día siguiente se pliegan hasta los comerciantes. El Frente Nacional contra la Pobreza en apenas unas jornadas logra reunir tres millones de adhesiones.

Los saqueos recién empiezan a ser registrados en las tapas de los diarios el sábado 16: venían ocurriendo en Guaymallén –Mendoza-, en Concordia, en Rosario… Los movimientos de trabajadores desocupados, cuya historia entronca con las luchas de Cutral Co y Mosconi, organizan algunos de los reclamos de comida ante grandes supermercados. El 19 y el 20 exponen el cerco que se cierra sobre Buenos Aires.

Genealogía del que se vayan todos

Ahora sí, hasta acá. Pero leamos las líneas con que Tabaré remata la nota con que arrancamos: “Es paradójico, pero si para algo ha servido este Proceso, es para ir uniendo al pueblo, al país. Por eso es el tiempo de las propuestas o concretar de una buena vez el basta, ¡qué se vayan!”

La consigna que deja afónicos es sin dudas “se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar”, pero el “¡que se vayan!” es insistente, quizás como en el ’73 –apenas 10 años atrás- el “se van/se van/y nunca volverán” que coronaba el “luche y se van”. Por supuesto, en 1982 apunta a los militares, quizás también a la llamada patria financiera, justamente cuando por esos días Martínez de Hoz por primera vez se sienta en el banquillo de los acusados en una intento de las FF.AA. por desresponsabilizarse del desastre económico. Es decir, no dispara contra los partidos políticos que se movían en una semilegalidad, contra la clase política como se decía en 2001, esos “todos”.

Sin embargo, en una novela que se publica en 1983, Los pichiciegos, su autor Rodolfo Fogwill pone a conversar a la bandita de desertores de la guerra de Malvinas que son los pichis y cuando uno lanza la pregunta, entre misil y misil que los roza, de a quién van a votar si hay elecciones, se escucha “No… Yo no votaría a nadie, ¡que se vayan todos a la puta madre que los remil parió!”

Se podría argüir que es un giro usual, afincado en una enemistad de larga data por estos lares con el personal político –no así con el caudillo o el líder- a cargo del gobierno y del Estado, de la gestión de la cosa pública. Pero Juan Villarreal, otro sociólogo pues Fogwill también lo era, subraya en un escrito de 1984 que la dictadura nos aproximó a una “crisis orgánica”, puesto que se esmeró por desatar las fuertes amarras que ligaron a las clases populares con su movimiento político, con el peronismo.

La desindustrialización, mucho más que una política económica, es un empujón en el mismo sentido, una herida política. La “crisis orgánica” desprende de la representación a una multitud que desborda los cauces de toda política institucional; corta horizontalmente a la sociedad podríamos agregar. Esto, por supuesto, le dio tono principal al 2001, aunque en el ’82, nunca con el mismo relieve sobresaliente, no faltan indicadores.

Por ejemplo: la Multipartidaria convoca el 16 para dejar una “ofrenda floral” en la Pirámide de Mayo a un año de la presentación de su primer documento. Ese sería el plato fuerte. La multitud desborda por todos lados esa moderación. Nadie dice que se vaya Contín, Bittel, Alende o Frondizi, pero la adhesión que despiertan es mínima. Se estima entre 100.000 y 150.000 manifestantes, pero puestos a contar las columnas, salvo la del PC que no integra la Multipartidaria, ninguna supera los 7.000 manifestantes. Ubaldini es el referente más importante y advierte que hay que acelerar e ir profundo en la lucha. Pero la columna de la CGT Brasil no supera los 5.000 trabajadores. La represión de la policía acaba con la vida del obrero mecánico Dalmiro Flores; le siguen disturbios y enfrentamientos que exceden a toda organización.

A riesgo de que se nos considere confusionistas, enemigos de la singularidad pulcra de cada acontecimiento, añadamos otro “aire de familia”: al menos en algunas de las vetas de sus argumentos, Tabaré confía en la unidad de la sociedad. O sea, que sólo sobran los militares del Proceso y sus aliados más entrañables, un círculo pequeño. (En otra veta, es cierto, la amenaza torva de una guerra civil traza un diagrama social distinto)

En el 2001 hay nuevamente confianza en una sociedad casi sana y los políticos son los que están demás y enchastran. Decían los compañeros del MTD de Solano en los primeros meses de 2002: “a partir de ponerle fin a la representatividad de estos políticos vaya surgiendo el germen de lo que a nosotros nos gustaría que sea esta sociedad. Una sociedad sin cámara de diputados, sin senadores, sino con asambleas que ejerzan las decisiones sin la representación y todo su circo.”

Si sólo enfocamos lo que ocurrió entre la declaración del estado de sitio el 19 de diciembre por la tarde y la represión contra las Madres de Plaza de Mayo el jueves 20 en su ronda, si sólo pensamos en las cacerolas, no hay dudas de que esas jornadas le pertenecen en protagonismo a unas clases medias muy heterogéneas, con extremos plebeyizados y empobrecidos y otros que no disfrutaron poco de la fiesta menemista. Con resonancias ideológicas más o menos progresistas, más o menos anarquizantes, liberales o cualunquistas.

Pero si ampliamos el plano, como lo hace Raúl Fradkin o el Colectivo Situaciones, se observa que se llega hasta ahí por el obrar de los movimientos sociales y también por los saqueos -o “motines de subsistencia” como se los rebautiza-, que no entran en ninguna alianza, porque no son ni piquete ni cacerola. Lo que sigue implicará la movilización de unos y otros hasta que el asesinato de Kosteki y Santillán obre como aviso de incendio. Y el kirchnerismo, qué duda cabe, en busca de legitimidad y por convicción se entenderá con buena parte de esos afluentes del 2001.

Pancho del montón

En el ‘82 el protagonismo es fundamentalmente obrero, obrero y en todo caso de los organismos de derechos humanos. Así y todo se empieza a hablar de “civilidad”. Pero con Alfonsín serán las capas medias las que recuperen el centro de la escena. Osvaldo Soriano: “Las clases medias, en su espectro más amplio, aliadas a la pequeña burguesía y aún a la derecha liberal, propinarían a las extenuadas masas de trabajadores peronistas una sonora bofetada.” (en Humor, noviembre de 1983)

Tabaré reproduce pasajes de una carta que recibe firmada por “Pancho del Montón”. De pibe, hijo de un peón rural, conoció algo cercano a la felicidad por Perón y Evita. Es parte en el ’73 de los dos millones de jóvenes que se suman al Movimiento, así dice. Volvió del exilio y “piensa que es el tiempo de hacer una revolución pacífica, nacional y socialista”. Siempre en ese diciembre, pero ya después del 16, se encuentra con una compañera en el colectivo que se define como parte de la “la revolución fracasada”, para sin embargo concluir que “a pesar de toda esta historia, vamos a tener nuestra segunda oportunidad. Hace apenas unos meses no soñaba con este renacer…”

En el 2001, los sobrevivientes de los setenta, pero también los blandamente derrotados a fines de los ochenta, brotan desde todos lados. O, lo que es parecido, se animan a decir quiénes son, de dónde vienen. Una y otra vez el alma vuelve al cuerpo.

¡Basta de buscar correspondencias! La última y equívoca: tanto un diciembre como otro hacen creer que la dictadura militar por fin ha acabado. Incluso en los primeros meses de 1983 se sospecha su fracaso. Reportajes en El porteño a Guillermo O’Donnell y a Oscar Landi, ponen en claro que hay inteligencia en ese diagnóstico. A contramano, Tabaré desde la contratapa de La voz no comparte ese humor y sus lectores y amigos lo acusan de pesimista. Luego de 2001 se anuncia a voz en cuello ese final que es el de una larguísima postdictadura. Germán Ferrari en su libro 1983 toma la palabra de Víctor De Gennaro: “El golpe militar tuvo como destinataria a la clase trabajadora. Yo creí ingenuamente que el 30 de octubre del ’83 era la recuperación de la historia donde la dejamos. Pero en realidad no: fue el 19 de diciembre de 2001 que recién recuperamos la historia donde la habíamos dejado el, el 27 de junio de 1975, cuando vamos a la plaza y echamos a López Rega y a Rodrigo.”

¿Es posible volver, arrancar desde el punto que fue seguido por la derrota, como si la película solamente se hubiera interrumpido? ¿Alguna vez concluye algo en la historia más aún si tiene la dimensión de una catástrofe? La impresión que hoy nos gana es que no ocurre tal cosa; que en todo caso, y con mucho esfuerzo, algunos de los efectos más nocivos por un momento se pueden restañar. Quizás, sobre todo porque la dictadura no fue a contramano de la historia, de sus sentidos más densos, sino que la aceleró, hizo su “trabajo sucio”, para que luego siguiera su obrar con otros modos y tonalidades.

Lo demás, son todas diferencias. De persistencias y reiteraciones está hecha la historia argentina de estos últimos cuarenta años.