medios, internet y política

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19 jul 2021

por Horacio González

ilustración: Juan Pablo Dellacha

Juego de espejos

Llueve, llueve, el pueblo no se mueve

Cuando a mediados de abril Plaza le propuso a Horacio González escribir una nota que actualizara el sentido de la frase «el pueblo quiere saber de qué se trata», él contestó: «Tengan en cuenta que están hablando con un escéptico. No veo situación en que el pueblo, ni uno mismo, supiera de qué se trataba. Esto incluye lo que se trata en un lugar cerrado, aunque te favorezca; o en la red intercomunicacional infinita que no sabe ella misma qué es lo que trata, pues llama contenidos a una fugacidad impalpable que se escapa apenas asoma. En estos y otros sentidos puedo ser de la partida, Un abrazo» . Para quienes hacemos revista Plaza, Horacio González siempre, es y será será de la partida.

Claro, era fácil en 1810 reunir un puñado de gente frente al Cabildo, más o menos en conocimiento de los asuntos que allí se discuten, y gritar a coro “el pueblo quiere saber de qué se trata”. La expresión es franca, clara y goza de la simpatía general. Sería ingrato quien le viera algo de rebuscado, por ejemplo, diciendo que era el mismo pueblo que se nombraba a sí mismo, en un gesto un poco excesivo, porque exceptúan a los que estaban dentro de la sala —los que trataban lo que el pueblo quería saber— y otras porciones más vastas de la población de entonces, ausentes de la jornada. La frase está ligada entre nosotros a la gesta maya, donde los protagonistas fueron los letrados de la colonia, sacerdotes y abogados, comerciantes criollos, invitados con entrada especial, y una cantidad de asistentes en la Plaza, sin duda con paraguas, saldada ya la discusión escolar sobre si esos adminículos ya existían o no. Querer saber qué es lo que se trata en los ambientes áulicos donde se reúne una élite, es la demanda esencial de los movimientos sociales. Indica de qué modo estos presionan a los representantes de la élite y cómo ésta puede disponer sus idos para el reclamo de la “calle”. Pero solo en sociedades pequeñas, un tanto aldeanas, y con vecindades que comparten puntos de acuerdos que se manifiestan en súbitos momentos dramáticos, se puede gritar esta consigna algo parroquial, pero siempre emocionante. Primero, un conjunto de habitantes se inviste de su derecho primordial, aludirse como pueblo, de modo tal que cumple con la idea de que todo pueblo siempre se autogenera. Segundo, ser pueblo es vivir siempre un momento dramático, se necesita corearlo en una plaza pública.

Luego, no era muy difícil saber de qué se trataba, porque más allá que no se escuchase a los oradores, las posiciones autonomistas, de crear un gobierno sin el Virrey, y que fuera una Junta, era sostenido por una mayoría criolla, mientras que el sector de los funcionarios borbónicos ni contaban con fuertes apoyos ni sus argumentos eran tan sólidos. Una monarquía se había derrumbado. Pero lo que nos interesa es destacar el tipo de democracia algo primitiva pero profunda que implicaba ese grito, “saber de que se trata”, que suponía que no había una percepción de lo que separaba al pueblo —el buen vecindario—, de la elite deliberante, socialmente no tan diferente de los concurrentes a la Plaza. No era tan imposible que se supiera cuál era el asunto materia de deliberación. La frase coreada por aquella lejana multitud de mayo, hoy desdibujada en nuestra imaginación, aunque no olvidada, tuvo muchas versiones. Si hoy escuchamos “si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, es un cántico que encierra una pregunta desafiante. Hay muchos que desconocen la voz popular, incluso hay una variedad múltiple de experiencias y aglutinamientos populares. Pero esa frase desafiante convoca al orgullo y la alegría de haberse reunido en término de duelo, desdén y lucha. ¿Dónde estarían los que tienen algo para decir en este momento y lugar en esta única espesura de la historia que no sea aquí? Díganlo o “callen para siempre”. Ese pueblo está aquí.

El pueblo concibiéndose a si mismo

Pedacitos más contundentes de esta pregunta provocadora y feliz surgen del cántico, casi un salmo, “el pueblo unido jamás será vencido”. Favorecida por la rima, esta corografía vocal tiene larga raigambre. No apela a la totalidad del pueblo, sino que se dirige a los que aún no integran la gran caravana liberacionista. Siempre falta alguien más. Los que cantan ya está unidos, pero falta un paso más para coronar las grandes expectativas de victoria. Y eso se lo agrega en tanto la suma se vaya agrandando, en cuando de lo indiferentes o los descreídos se vayan desprendiendo cada vez más vidas hasta ahora indiferentes o desconcertadas. Es el pueblo concibiéndose a sí mismo como el que se va engrosando a medida que asume su significativa caminata por las venidas de la ciudad, o por donde habitan los poderosos, a fin de advertencia y confianza del futuro.

Las capas de significación se acumulan cuando el pueblo habla con su voz colectiva con un diccionario interno de como una palabra viva constituye el contorno existencial de sujetos históricos que peticionan información sobre lo que tratan los cenáculos exclusivos, o se menciona a él mismo como un diálogo entre su presente manifestante y su futuro que augura la realización que la historia conmemorará. Pero permítaseme terminar con una interpelación, con estatura de gran anécdota, cuando Pepe Mujica, en la oportunidad de asumir el mando en Uruguay, hace muchos años, se dirige a una pequeña multitud en una Plaza. Estaba lloviendo con un voluntarismo que siquiera tendrían los políticos más osados. Llovía, llovía, y con pocos paraguas, la muchedumbre seguía escuchando al flamante presidente hasta que Mujica dijo: "Pueblo, ¡te estás mojando!" No era una frase estrictamente política, una consigna o un programa. Era la sorpresa por los que seguían firmes ante una inconveniencia climática. Era el asombro y la satisfacción que postulaba un cuidado, una prevención por el hecho de que los partidarios del presidente se mojaran, y el espontáneo toque algo paternalista. Un paternalismo de los buenos. Equivale lejanamente a “un médico ahí”, pero este sonó espontáneo. Estaba constituyendo la “categoría mojada”, de simples y profundas interpretaciones. ¿Pero qué se podría responder? “¿Llueve, llueve, y el pueblo no se mueve¡”