Desde el móvil en directo la periodista anuncia que va a entrevistar a una mujer víctima de violencia de género:
Van a encontrarse con una cabecita tapada. Aquí abajo hay una mujer que tiene veinte… ¿Cuánto me dijiste que tenías? Porque ella no quiere que se la vea porque tiene miedo pero nos va a contar su historia. No nos va a decir su nombre tampoco. Ella dijo: ‘No quiero que me vean’ y la única manera que tenemos de no mostrarla –quedate tranquila que tu cara no se ve– fue tapada con una camisetita.
A poco de comenzar a hablar la mujer se echa a llorar, mientras el zoom-in de la cámara termina en un plano corto del bulto cubierto por una tela blanca: la cabecita tapada con una camisetita. La periodista retoma la palabra y dice:
Está llorando, ¿hay alguien que nos pueda contar por ella? Ella está en una silla de ruedas pero va a volver a caminar, tiene lesiones en distintas partes de su cuerpo, una en una rodilla. Quiso estar acá…
El 3 de junio de 2015, los cinco noticieros de TV abierta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dedicaron una parte considerable de la emisión del prime time a transmitir en vivo la hasta ese momento inédita –en Argentina y América Latina– movilización convocada contra la violencia con base de género por el colectivo NiUnaMenos. Como sólo ocurre en casos de eventos muy importantes o poco frecuentes, las habituales conductoras en piso oficiaron de movileras desde la Plaza de los Dos Congresos. En las semanas y meses que siguieron, se asistió a una progresiva “excepcionalización” mediática del momento, caracterizado en el discurso televisivo como un punto de quiebre tanto para el movimiento de mujeres como para el género noticioso: las mujeres habían tomado masivamente las plazas públicas para denunciar la violencia que se ejerce contra ellas, y los noticieros de formato tradicional se hacían eco como nunca antes de esta irrupción. Sucesivas demostraciones públicas ligadas al movimiento feminista y de mujeres, que hacían visibles consignas de larga data como la demanda por el derecho al aborto (en ese entonces aún ilegal), la condena de la violencia con base de género, la denuncia de la cantidad alarmante de femicidios en Argentina y la región, también obtuvieron amplia cobertura en los noticieros tradicionales.
Pero...
Pero podríamos permitirnos dudar de la plenitud de este relato lineal. La inquietud nos remite al dilema entre lo que en otros debates ya ha sido referido como la tensión entre el “progresismo” y el “populismo” mediático: si admitimos que buscamos la masificación del discurso y la visibilidad feminista, estaremos sumamente entusiasmadxs con esta visibilización mediática. Sin embargo, ¿es que siempre se muestra lo que queremos mostrar? ¿Cómo definir un criterio de deseabilidad para la sintonización entre esos minutos de aire y las consignas del movimiento de mujeres, feminista y de la disidencia sexual? ¿Cuánto influye el género televisivo en lo que es posible hacer visible?
¿Cuánto influye el género televisivo en lo que es posible hacer visible?
Y hacernos estas preguntas, ¿no equivale a convertirse en lo que por aquel entonces el conductor de chimentos Jorge Rial denominó atinadamente como “catador[as] de pureza”, listas para regimentar quién está en condiciones y quién no para abrir el debate sobre la agenda feminista? ¿No implica esto además suscribir una serie de reglas respecto de cómo debe mostrarse el género en los medios, reglas que en última instancia desconocen la eficacia de la interpelación feminista de masas?
Tal como ya viene siendo propuesto en otros ámbitos, la distinción entre “populismo” y “progresismo” mediático es útil para comprender las tensiones existentes en relación a la mediatización de la agenda de género. Sin entrar en una discusión de larga trayectoria sobre la capacidad de estos términos para describir dinámicas políticas latinoamericanas, entendemos a estas nociones como ilustrativas de dos posicionamientos distintos en relación con los medios de comunicación. Consideramos al “populismo mediático” como una forma de visibilizar y masificar un mensaje aceptando las reglas de juego de –en este caso– la televisión: la lógica mercantil dictada por el rating, el privilegio de la inmediatez a la hora de informar, la búsqueda de efecto e incluso la frecuente espectacularización de las temáticas a través del uso de estrategias como el morbo y la sexualización. Para esta postura, no es posible conseguir un verdadero cambio de estructuras patriarcales si no es a través de apropiarse y resignificar, desde adentro y a través de una serie de negociaciones, uno de los dominios de prácticas con más gravitación sobre nuestra vida social: los medios de comunicación. Por el contrario, nos referimos al “progresismo mediático” cuando desde una pretensión que podríamos caracterizar como “ilustrada” se aspira a posicionar ciertas demandas (por ejemplo, feministas) por fuera de las lógicas prevalentes en los medios masivos de comunicación, en la medida de que se considera que estos últimos “bastardizan” o niegan los propios presupuestos emancipadores imbuidos en aquellas demandas. Para el progresismo ilustrado sería una contradicción recurrir a ciertos programas o formatos mainstream para la amplificación del mensaje feminista, ya que la lógica mediática se cimienta precisamente sobre aquellas formas de dominación patriarcal que es necesario derribar. Antes que simplificar la heterogeneidad de posibles posicionamientos en relación con el rol que los medios pueden jugar frente a las demandas feministas, entendemos que la propuesta de estos conceptos sirve para explicitar aquellas posturas disponibles y más o menos espontáneas en relación con los medios de comunicación, haciéndolas visibles.
El escenario
En febrero de 2018, tres años después de la irrupción de la primera gran movilización argentina en contra de la violencia de género, se produjo una auspiciosa aparición de consignas y demandas feministas en el seno de lo que aquella mirada progresista considera lo más rancio y conservador del discurso televisivo. Periodistas, activistas, actrices, políticas y académicas con especialización en género se autoconvocaron o fueron invitadas a participar de la polémica en torno a su identificación con el feminismo o el movimiento de mujeres. En distintas emisiones del programa de chimentos que en su momento contaba con más rating en la TV argentina, conducido por el autodenominado “machista arrepentido” Jorge Rial, las periodistas y actrices feministas Florencia Freijo, Luciana Peker, Ingrid Beck, Señorita Bimbo, Malena Pichot y Julia Mengolini conversaron sobre demandas centrales al movimiento, tematizaron cuestiones como el acoso sexual, el aborto, la violencia de género, el trabajo de cuidado no remunerado, la desigualdad salarial, entre muchos otros. Durante la visita de la actriz Señorita Bimbo, el conductor de Intrusos utilizó en su muñeca el pañuelo de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, al igual que la invitada, que lo lució en el cuello y habló durante largo rato de las mujeres que abortan y de las cifras de aborto clandestino en Argentina, entre otros temas.

Estas intervenciones auspiciaron una transformación de las temáticas televisivas, en las que los géneros y los feminismos comenzaron a estar presentes quizás como nunca antes en este dispositivo. Y es cierto: el largo y múltiple recorrido de los feminismos merecía sofisticarse también a través de ese pliegue mediático, hacerse visible y debatible en una dimensión televisiva y popular. Los feminismos celebraron que se hablara de aborto, violación marital, mansplaining, gordura, acoso sexual y laboral y roles de género en el prime time de la tarde, cuando el público duplicaba en número al que se dio cita en el Congreso durante el primer NiUnaMenos. Con estas intervenciones, estuvimos –estamos– en otro punto. “El rating es feminista”, como dijo la periodista Florencia Alcaraz. Nos pusimos las “gafas violetas”, como sugirió la escritora Marina Mariasch. De a poco y también de pronto la larga historia del feminismo popular se miró a sí misma reflejada en uno de los programas de la TV argentina que, para la perspectiva progresista, más cristalizaba hasta entonces las trampas y dificultades del cruce entre el género televisivo y la temática de género.
Géneros mediáticos
Ahora bien, lo que por aquella época pasaba en Intrusos, ¿es lo que pasaba en toda la tele? ¿Qué pueden decirnos algunos otros géneros mediáticos respecto de las relaciones entre medios de masas, feminismos y campo popular?
Retornemos como ejemplo particular de la esfera mediática al noticiero y el caso de NiUnaMenos. En verdad, cabría preguntarse qué (otras) violencias hizo visibilizar la masividad de esta protesta. La cualidad de evento –en el sentido de hecho imprevisto– de las movilizaciones que se suscitaron en muchas provincias, ¿podía originar una cobertura igualmente sorprendente, que evitara la tendencia de algunos noticieros a informar con, y no sólo sobre la violencia? Suponer que lo más radical e inusitado de la masiva protesta de las mujeres contra la violencia con base de género se traslada inmediatamente a los programas informativos hegemónicos implica en cierta medida desconocer que estos poseen criterios de noticiabilidad y patrones establecidos de mediatización a través de los cuales los hechos se tornan, efectivamente, mostrables. En efecto, en tanto género televisivo, el noticiero obedece a reglas de reproducción mediática cuya rutinización y sedimentación las hace difíciles de modificar de un momento a otro, y cuyo desconocimiento profundiza aún más la crisis de hibridación que sufre desde hace algún tiempo con otros géneros y soportes “cercanos”, como el magazine y las redes sociales. Así, si la demanda de las mujeres marcó una disrupción en lo que usualmente se identifica como la agenda de los medios, habría que pensar hasta qué punto constituyó también una discontinuidad en la lógica con la que se reporta. Y esto porque en gran medida, sostenemos, el noticiero continúa privilegiando una matriz productiva en la que se ensalza el dramatismo, la victimización y el recuento de casos (casuística), frente a la posibilidad de construir una versión sobre la violencia de género con una lente más social y política, o donde el relato de lo íntimo se asocie más a esa doble vertiente feminista que politiza lo personal a la vez que personaliza lo político. Lo visible que emerge desde la toma del espacio público por los movimientos sociales, víctimas y familiares se encorseta en el lenguaje noticioso del morbo. Pero este último pasa frecuentemente desapercibido bajo el pacto de la veracidad y la seriedad que son característicos del género noticiero.
Las lógicas de la noticia
Así, lo que coloquialmente podríamos llamar “el embudo temático/semántico” del género informativo (el noticiero) selecciona y jerarquiza sobre lo potencialmente noticiable. No cualquier hecho se vuelve una noticia. Los nueve años de monitoreo de noticieros en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires llevados adelante por la Defensoría del Público atestiguan la repetición de esa matriz que prioriza, elige, descarta y tematiza siempre bajo ciertas lógicas específicas que incluyen la violencia como modo de reportar, la entronización del morbo, la producción del efecto-espectáculo, entre otros aspectos que este trabajo ha destacado sistemáticamente. Teniendo esto en cuenta, ¿fue entonces NiUnaMenos una oportunidad para que los informativos abordaran las noticias sobre la marcha de una manera distinta a como lo hacen usualmente? Seguro que sí, y en gran medida así fue. De hecho, el colectivo a cargo de la convocatoria estaba integrado por comunicadoras, algunas de las cuales desde sus espacios de trabajo en los medios mainstream promovieron la protesta e impulsaron abordajes inusuales. Fue un trabajo de infiltración feminista en las conocidas rutinas de producción de noticias. Se construyeron análisis donde, antes que la casuística, primó la contextualización de la violencia de género como fenómeno estructural que trasciende las dinámicas de pareja. Pero estos abordajes deseables dependieron casi exclusivamente de la presencia de voces de comunicadoras con una fuerte sensibilización previa hacia la temática de la violencia de género. Librados a la suerte de sus rutinas establecidas, los noticieros informaban de otra manera.
La complejidad del noticiero como género mediático radicaría, así, no tanto en que es eminentemente estigmatizador de las mujeres y disidencias, ni tampoco en que de pronto se haya reivindicado con el movimiento feminista y pasado a ser el adalid de la visibilidad. Su particularidad (y su potencia) reside más bien en que suele hacer todas estas cosas al mismo tiempo.
La manera de informar de los noticieros del mainstream registra ese movimiento pendular en el tratamiento periodístico, que oscila entre la deseada visibilización y problematización de la temática, por un lado, y un abordaje que aún se nutre de los requisitos estilísticos del reporte de noticias policiales, encarnizado en la mostración de lo truculento del caso, la morbosidad de la escena y el grado de lesividad de los abusos sufridos, por otro. La complejidad del noticiero como género mediático radicaría, así, no tanto en que es eminentemente estigmatizador de las mujeres y disidencias, ni tampoco en que de pronto se haya reivindicado con el movimiento feminista y pasado a ser el adalid de la visibilidad. Su particularidad (y su potencia) reside más bien en que suele hacer todas estas cosas al mismo tiempo. De allí el desconcierto que produce si lo miramos con ojos que pretendan situarlo de un lado u otro de aquella dicotomía que mencionábamos más arriba entre populismo y progresismo.
Datos duros sobre las noticias
Los datos que la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual viene produciendo desde hace varios años sustentan esta idea del abordaje complejo y pendular, heterogéneo y ambivalente. Desde 2013 este organismo realiza un Monitoreo de Noticias de los canales de aire de la Ciudad de Buenos Aires, que ha sido replicado en las provincias de Córdoba y Mendoza. Allí, se ha registrado un ligero incremento del porcentaje de noticias que hablan sobre temas de “Géneros” desde 2013 (2,5%) hasta 2015 (3,2%), año del primer NiUnaMenos. Y a partir de ese año el crecimiento fue continuo, alcanzando picos en 2018 (5,2%) y en 2020 (4,5%), cuando se trataron sendos proyectos de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso. En este período, por un lado, observamos la progresiva consolidación de un estilo de reportar moldeado por la horma de la violencia, que permea también la retórica desplegada en otros campos temáticos como la niñez, la adolescencia, la salud. Este estilo es llevado a la práctica por las lógicas articuladas de la responsabilización, la culpabilización y la sexualización de las víctimas de violencia, y construido por medio de una serialización de casos individuales que mientras busca reforzar la espectacularización de la información, atomiza un fenómeno de causas estructurales. Así, después de un 2015 en el que NiUnaMenos instaló en la esfera pública la violencia contra las mujeres y la necesidad de diseñar políticas públicas para su erradicación, durante los años subsiguientes continuó predominando una perspectiva “policializada” en el tratamiento de varias formas de violencia de género. De hecho, en 2017, sobre el total de noticias registradas con tópico “Géneros”, más del 80% expuso hechos de violencia, en tanto que en 2019 ese porcentaje casi alcanza el 70%. En estas coberturas, y más allá de que ciertos términos como “femicidio” se hayan internalizado en las rutinas periodísticas, todavía hoy se filtran expresiones psicologizantes y justificatorias del delito como “crimen pasional”, “celos” y “obsesión”. Mientras que, a veces, la forma más extrema de violencia con base de género es nombrada simple y equivocadamente como “muerte”, como ocurrió en muchas noticias sobre el femicidio de Anahí Benítez en 2017. O como en el caso del asesinato de Fernando Pastorizzo ese mismo año, por el cual fue condenada su pareja, Nahir Galarza, y que fue conocido por el nombre de la joven (“caso Nahir”), cuando la mayoría de estos hechos policiales anclan en el nombre de la víctima. Además, se observó en su abordaje una frecuente inclusión en zócalos de la línea 144, como si se hubiera tratado de un caso de violencia de género. O, sin ir más lejos, como sucedió en marzo de 2022 en una señal de noticias en la que un conductor justificó la violación en grupo de una joven en el barrio de Palermo y revictimizó a la mujer. A esta frecuente perspectiva que sesga las desigualdades de géneros, se suma la casi total ausencia de reportes sobre femicidio lesbofóbico, travesticidio y transfeminicidio, mostrando la preeminencia de un modelo heteronormativo que restringe lo noticiable a los casos de violencia contra mujeres cis y heterosexuales.
A esta frecuente perspectiva que sesga las desigualdades de géneros, se suma la casi total ausencia de reportes sobre femicidio lesbofóbico, travesticidio y transfeminicidio, mostrando la preeminencia de un modelo heteronormativo que restringe lo noticiable a los casos de violencia contra mujeres cis y heterosexuales.
En 2017, el tratamiento de la protesta social contra la violencia de género evidenció un giro que puso el eje en los “disturbios”, “destrozos”, “pintadas” y otras acciones presentadas como negativas, relegando a un segundo plano las consignas de la movilización. Por ejemplo, el “tetazo” convocado en distintas ciudades del país en febrero de ese año –como respuesta a un exagerado operativo policial que detuvo a un grupo de mujeres que tomaban sol sin corpiño en una playa de Necochea–, y cuya versión porteña se realizó en el Obelisco, tuvo una cobertura preeminente con móviles que captaron el momento en que un patrullero policial sin ocupantes era graffiteado. El discurso mediático moralizante se detuvo en ese hecho aislado para hablar de “incidentes” en el marco de la protesta. Tan sólo un mes después, durante la movilización por el Día Internacional de la Mujer y el Paro Internacional de Mujeres, la manifestación volvió a ser noticia por las increpaciones que recibió un militante católico que se apostó de modo provocativo frente a las vallas que protegían la Catedral. El reporte quedó así en general reducido a esa escena, mientras que la posterior razzia policial que detuvo a un grupo de mujeres que se encontraba pacíficamente en un bar (como así también la del día anterior contra algunas organizadoras de la actividad) apenas tuvo eco en los noticieros tradicionales. En consonancia con esto, la marcha por NiUnaMenos del 3 de junio de 2017 fue abordada por los noticieros de televisión abierta desde una perspectiva despolitizada y casuística, donde se hizo énfasis en la supuesta ausencia de banderías políticas.
Sin embargo, las amplias coberturas de las movilizaciones que apoyaron la sanción del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2018, con la emergencia de mujeres adolescentes y jóvenes como actoras principales, volvió a poner en el foco de las coberturas de los noticieros de televisión las consignas de las manifestaciones del 8M y del NiUnaMenos, con un abordaje respetuoso y, en líneas generales, positivo.
Quién habla sobre género
Por otro lado, esta información sobre temas de género suele emitirse en el marco de programas estructurados centralmente por la voz masculina. El Monitoreo de la Defensoría confirmó que la participación de las mujeres en la presentación de noticias continúa relegada por la preeminencia de columnistas varones. Desde 2013 se observa una fuerte asimetría en la cantidad de noticias presentadas por columnistas varones y mujeres, especialmente en tópicos sensibles a la generización como son “Policiales e ‘inseguridad’”, “Deportes”, “Salud” o “Géneros”. Así, los datos también muestran la reproducción de patrones asentados respecto de qué noticias buscan un público femenino (como las de espectáculos, arte y cultura), y cuáles uno masculino (como las deportivas, o las de política), en el marco de una notable desjerarquización de las columnistas mujeres y de una notable heterosexualización del discurso mediático.

Sin embargo, el efecto NiUnaMenos desató paulatinas transformaciones sobre las rutinas productivas del noticiero. Una de ellas es la aparición más sostenida en el zócalo de la línea 144 de ayuda para casos de violencia de género en casi todas las coberturas relacionadas con esta tipología. También comenzaron a difundirse estadísticas oficiales y de organizaciones sociales sobre femicidios como forma de concientización. Asimismo, a partir de esa primera movilización, los datos del Monitoreo registraron un aumento en las noticias sobre políticas públicas para prevenir la violencia y para la promoción de la igualdad de género, tales como la Ley contra el acoso callejero en la CABA, la Ley de paridad de género en las listas electorales bonaerenses (2016), la Ley Micaela de capacitación en género y violencia contra las mujeres para trabajadorxs del Estado (2019) y los debates más recientes que derivaron en la sanción de la Ley de Cupo Laboral Trans o los que se produjeron en torno a la posibilidad de establecer medidas que favorecieran la equidad de géneros en las empresas y en los medios de comunicación (2021). Desde 2015, se recurre también con mayor frecuencia a la opinión de especialistas en casos de violencia de género, así como a la voz de las propias víctimas y sus abogadxs. Incluso se observaron coberturas que transparentan las tensiones internas de los noticieros a la hora de informar sobre estos temas: al reportar sobre un femicidio en 2016, un conductor preguntó al columnista de policiales y luego intentó rectificarse: “¿Se trataría de un tema pasional…? Aunque a vos no te gusta, el femicidio no es amor”. Esta puesta en escena de la ambivalencia ideológica fue indicativa del momento de transición que atraviesa el noticiero, de cara a los debates y manifestaciones públicas sobre la violencia contra las mujeres, y de los vaivenes y reajustes en el cambio de lenguaje que esto implica.
Por otro lado, recién a comienzos de 2020 se registró la primera participación de una conductora trans en el noticiero central de la TV Pública; y en 2021, la de una columnista trans en un segmento del noticiero de Telefe.
Más allá de apocalípticxs e integradxs
Hacer evidente la persistente eficacia de la matriz policializante y espectacularizante del noticiero en moldear las noticias de violencia contra las mujeres y disidencias, poco auspiciosa para la construcción de la equidad entre géneros, no implica desconocer la potencia multiplicadora que los medios de masas, incluido el noticiero de formato tradicional, tienen para esta causa. Por el contrario, las recientes y paulatinas transformaciones que hemos documentado, así como las sinergias que están ocurriendo con otros géneros mediáticos aún más permeables a la efervescencia contemporánea sobre violencia e igualdad, atestiguan esta afirmación. Si bien los noticieros se atienen al seguimiento de reglas específicas que los identifican como género mediático, cualquier posición que evite reflexionar sobre las potencialidades (y no sólo las debilidades) de los servicios de comunicación de masas para la causa de la equidad y la lucha contra la violencia de género, parece ir por mal camino. Como el noticiero, las luchas por el género también pueden pensarse a sí mismas bajo ciertas reglas, y volverse así reglamentadoras, excesivamente normativas respecto de cómo construir un camino posible hacia la equidad y la igualdad mediáticas. Esta mirada, que insiste en pensar al noticiero (y otros géneros informativos de la TV) unilateralmente como alienante o emancipador, corre el riesgo de no ver lo que aquel tiene para dar a la causa del feminismo y el movimiento de mujeres, perdiendo un aliado fundamental. Más importante aún, y a la luz del lugar cada vez más visible que las temáticas ligadas a los géneros ocupan en el noticiero, es contemplar los avances en la lucha que permite la visibilización de los temas de género en la TV, evitando los posicionamientos automáticos y puramente reactivos, del tipo “con” o “sin” los medios, que limitan el horizonte del debate respecto de lo que los medios hacen o podrían hacer. La propia visibilización de esta dicotomía, el reconocimiento de los puntos de vista disponibles que como surcos ya arados indican qué y cómo podemos pensar estos desafíos, implica empezar a desandarlos, tapar unos, cavar otros, multiplicar la siembra que nos lleva al otro lado del campo. Y eso ya es bastante.
*Este artículo es una versión actualizada del publicado originalmente en LatFem (2018) y, en una versión ampliada, en el Tratado de Géneros, Derechos y Justicia (Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 2021).