medios, internet y política

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12 dic 2022

por María Pia López

Fotografías: María Eugenia Cerutti

Estado paralelo

Narrar, nada menos inocente

El reciente fallo contra Cristina es el intento de golpe de gracia disciplinador, de un juicio que comenzó en los medios concentrados para erradicar la idea de que la política puede cuestionar a los poderes consumados.

La sentencia por el llamado juicio de Vialidad, que condena a la actual vicepresidenta y la inhabilita de por vida a ocupar cargos públicos, puede ser apelada. Pero su efecto político no es la puesta en marcha de esa decisión sino la narrativa que pone en circulación y lo que produce. La letra judicial culmina el relato mediático, centrado sobre la construcción de una figura maléfica y corrupta, enriquecida sobre la gestión de la obra pública. Eso fue amasado, con guiones precisos y colores locales, a lo largo de toda la región.

Lxs líderes de los partidos populares fueron objeto de campañas y juicios, para colocar la corrupción en el centro de la interpretación política. Hacerlo implica tomar un rasgo estructural del funcionamiento de los estados, que supone pactos empresariales y políticos, no poco eficaces a la hora de generar espacios para la llamada burguesía nacional, tomar ese rasgo, digo, y convertirlo en decisión y agencia de una persona, la que detenta el gobierno. No porque sea la suya la máxima responsabilidad en ese plano sino porque es la que por ser cabeza de gobierno lidera la identificación popular. Y si es claro que es imprescindible combatir la corrupción estructural -antes se nombraba patria contratista ese entongue- y se requieren para hacerlo nuevas formas de la institucionalidad, también lo es que no es lo que está en juego en este tipo de escenas.

Cristina o Lula no son enjuiciadxs sólo por los motivos que se aducen en los expedientes sino por lo que expresan el conjunto de sus políticas, por lo que movilizan como apuestas a la justicia y a la igualdad. Porque esos juicios tienen un carácter ejemplarizador y narrativo, en el expediente de Vialidad no es condenado el ministro a cargo de las obras ni son sentados ninguno de los jefes de gabinete en el banquillo: sólo se trata de Cristina, porque lo que importa es esa condensación, aun cuando sea inverosímil el supuesto de que en un aparato estatal complejo, si hubiera desvío de fondos y arreglos privilegiados con algún empresario, eso se resuelva en el nivel más alto del poder ejecutivo. Se trata de corroer la figura de la vicepresidenta, cercenar la legitimidad de su voz pública y, a la vez, de cerrar el camino a la idea de que la política puede modificar el orden de las cosas, irrumpiendo de modo igualitarista en una escena de poderes consumados.

Doble derrota/doble renuncia

El kirchnerismo fue el intento de recuperar la capacidad de trastocar y modificar, de inserir sobre el orden de lo dado. Con límites, balbuceos, presiones, negociaciones. Pero hubo ampliación de derechos, reparaciones, distribución de ingresos y no pocas osadías. Después de la derrota parlamentaria del intento de aumentar las retenciones a las exportaciones agropecuarias, Cristina intentó, sin éxito, dos reformas: la que regulaba la concentración mediática -logrando una ley cuyo trámite implicó una profunda conversación pública al respecto- y la no realizada reforma judicial. Si la primera no tuvo éxito fue porque hecha la ley, nacida la cautelar: jueces de todo el país, al servicio de los poderes concentrados, fueron impidiendo su aplicación. Esa doble derrota hoy organiza la escena del juicio de Vialidad y un conjunto de ententes que se revelan con obscenidad en viajecitos a Lago Escondido y chats para esconder lo hecho.

Foto: Maria Eugenia Cerutti

¿Qué es gobernar en este contexto, en ese escenario de caución, bajo la amenaza de futuras prisiones y persecusiones a quienes se atrevan a intentar alguna reforma? ¿Qué es gobernar con el lawfare en funcionamiento, pero también con la restricción presente de que todo puede ser judicializado y si eso ocurre, sometido a lógicas que no son democráticas? El poder judicial es el único integrado por personas que no son electas, cuyos cargos son permanentes y que detentan una serie de privilegios sociales y económicos. A la vez, tiene la facultad de poner palos en la rueda a los otros poderes, de interrumpir la aplicación de leyes, de sancionar al ejecutivo. El actual presidente asumió prometiendo una reforma judicial. No lo hizo, ni volvió a considerar la regulación de la concentración mediática. De algún modo, esa doble renuncia sitúa la continuidad de una subordinación a una escena que no controla, convirtiéndose en su cautivo.

¿No son declaraciones de impotencia muchas de las intervenciones de integrantes del gabinete en redes sociales? Responsables de ministerios o el propio presidente, que twittean sus disgustos: ese gesto los pone del lado de la ciudadanía -corremos a nuestras redes a dejar sentado qué pensamos y qué nos molesta de una u otra decisión- pero al mismo tiempo no son la ciudadanía. Tienen una responsabilidad diferente y es de esperar que también un poder de hacer y de intervenir que no tenemos lxs de a pie. Si no lo tienen, la pregunta se vuelve más dramática: ¿de qué democracia hablamos cuando quienes son electxs para gobernar resultan sometidos por quienes no son votados?, ¿qué sucede, en un escenario así, con la idea de soberanía popular?

La metáfora de Lago Escondido

La intervención de la vicepresidenta después de conocida la sentencia, puso todo el agonismo de esa pregunta como grano de su voz. Temblaba esa voz y creería que no era por un estado de furiosa conmoción personal, sino porque solo en el temblor se puede abrir la pregunta por algo que es hondo y dramático, la persistencia de poderes que se erigen como custodios de las instituciones democráticas pero funcionan para vaciarlas de su lazo con la soberanía popular. Las vacían y las convierten en arietes de la defensa de los poderes existentes. No hay política en ese ahogo, hay mera administración. Lago Escondido, en manos de una empresa extranjera, con sus accesos cerrados para la visita general, con el desconocimiento sistemático de las leyes argentinas, se convierte en algo más que una metáfora, se muestra como el fragmento que subraya una totalidad. Desde allí se irradian conspiraciones y se traman impunidades. Cristina puso ese agonismo en el discurso público, porque a la vez es la destinataria de la persecusión. Embisten contra ella en tanto es el nombre y la memoria de otro modo de concebir la política, más irreverente, crítico, osado.

La que habló es la mujer que alguna vez Noticias puso en tapa como bruja quemándose en la hoguera, es la madre cuya hija es perseguida y amenazada de prisión para callarla, es la sobreviviente de una generación diezmada, es la viuda de un hombre que muere en la desmesura del compromiso político, es la hija de Hebe. Diego Tatián, por estos días, compara esa palabra con un aullido, un grito. Alejandro Kaufman señala que si ella se dirigió a Magnetto, en esos tramos finales del discurso, no era para hablarle a él, sino para generar una audibilidad en el pueblo: pone en juego ese nombre para revelar en nosotrxs cómo funciona el poder.

¿La comprensión de ese funcionamiento produce impotencia de tan brutal que se revela, y por tanto adaptación cínica o penuria quejosa? Quizás, pero seguramente es imprescindible comprenderlo para no actuar con sumisa ingenuidad. El Martín Fierro, poema fundacional de la literatura argentina, es una obra sobre la justicia y la injusticia. Una denuncia contra un orden social en el que se despoja a los pobres, se los recluta forzosamente, se los somete a un sistema de deudas y castigos. Son aliados, para hacerlo, el comandante militar, el juez y el pulpero. El aparato judicial se nombra Justicia, pero implementa la injusticia. Por eso, en la Vuelta, entre los consejos del Viejo Vizcacha escuchamos “hacete amigo del Juez”. ¿Quiénes no son considerados amigos de ese juez prototípico? El gauchaje, la soldadesca, los indios. La escena de Cruz desertando para combatir del lado de Fierro es fundamental, porque muestra que quizás la justicia sea algo a buscar, lejos de las instituciones que la nombran y detentan.

Ezequiel Martínez Estrada discutió con no pocas desmesuras la construcción del Martín Fierro como poema nacional. Veía allí la postulación del gaucho como arquetipo y el borramiento de lo que en la obra era clave: que el personaje era el testigo y denunciante de un orden de injusticia, que sometía al gauchaje a la explotación. Convertir al testigo de la parte de los explotados en mito nacional, velaba la denuncia de las condiciones de opresión persistentes en esa nación. Entre los cómplices de ese sistema, el ensayista señalaba a los escritores que parecían pulperos, más preocupados por recibir su cuota de ganancias que por poner en juego una narración verdadera. Traigo las memorias del poema y las querellas por su interpretación, porque muestran la relevancia de una narración, la persistencia de las imágenes que se forjan en un modo del contar una historia. Eso es lo que saben quienes organizan la escena judicial contra Cristina, para someter su trayectoria vital y su quehacer político bajo el estigma de chorra; eso es lo que sabe ella, cuando se apropia de una palabra, la encarna en un temblor, y nos pide estar advertidxs, alertas, críticxs. Quienes creen que la cuestión de los medios de comunicación es secundaria, un juego simbólico, una disputa por una arena que no define dónde se corta el bacalao, no perciben el engarce profundo entre un modo de funcionamiento de la acumulación de ganancias en este momento del capitalismo y la construcción de escenarios narrativos puestos a disposición de las masas. Un engarce que se juega alrededor del escamoteo de las posibilidades de realización de una política transformadora. Y cuando esto se inhibe, y reina el cinismo de la adaptación, se deja a las mayorías a disposición de la más tenebrosa de las adaptaciones: el festejo de las jerarquías existentes, de las privaciones como régimen de la vida, de la necropolítica como pan cotidiano. A eso le llamamos derechas y son alimentadas, cotidianamente, por los entongados de siempre.