medios, internet y política

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30 ago 2021

por Jessica Bennett

Juego de espejos

Paren de controlar cómo hablamos

Jessica Bennett es editora de género de The New York Times y autora de Feminist Fight Club: An Office Survivial Manual for a Sexist Workplace (El club de la pelea feminista: un manual de supervivencia para lugares de trabajo sexistas). PLAZA publica en exclusiva la traducción de un fragmento que expone ejemplos sobre el modo de hablar de las mujeres y las trampas habituales del lenguaje.

Examinar la forma de hablar de las mujeres parece haberse convertido últimamente en un pasatiempo favorito: nuestro discurso, nuestros “lo lamento” e incluso nuestra entonación. Esto fue particularmente evidente en las últimas elecciones [en Estados Unidos], donde Hillary Clinton tuvo que soportar que la llamaran “chillona”, debió enfrentar “manterrupciones*” y sufrió numerosos intentos de tergiversación de lo que decía.

Esto, por supuesto, ya no tiene importancia para Hillary. Lo soportó todo. Recuerden que ya en 2008 un partidario de John McCain le había preguntado al candidato: “¿Cómo le ganamos a la puta?”. (McCain se rió y bromeó con torpeza diciendo que era una “excelente pregunta”). Hillary podría pasar esa pregunta por alto, y tal vez nosotras también, pero las investigaciones han demostrado que incluso las palabras sutilmente sexistas –no sólo “puta” sino, por ejemplo, “chillona”– influyen en la probabilidad de voto de una candidata y en el hecho de que las mujeres sean o no apoyadas en la política.

Sobre las mujeres y su forma de hablar hay que hacer una salvedad importante con respecto a los consejos que recibimos: lo que se considera la forma ideal de hablar de las mujeres no se corresponde, de hecho, con la forma en que las mujeres realmente hablamos. 

Los lingüistas lo explican claramente: los patrones de habla masculinos y femeninos siempre han sido diferentes. Las mujeres tienden a tener patrones de entonación más variados, ponen más énfasis en ciertas palabras y hablan sobre temas más personales. Y mientras el estilo masculino de comunicación en el trabajo consiste en dar órdenes –“Necesitamos hacer esto” o “Tenemos que hacer esto mejor”–, el estilo femenino es persuasivo: “Tengo una idea que me gustaría que tuvieras en cuenta”. O tal vez la mujer tienda a formular su idea como una pregunta: “¿Qué te parece este enfoque?”.

Hace tiempo que es una obviedad que las mujeres encabezan las tendencias lingüísticas populares: crean nuevas palabras, juegan con los sonidos, crean atajos verbales que se ponen de moda en la propia lengua. Sin embargo, es el estilo masculino de hablar –conciso, directo y seguro– el que se asocia con el liderazgo y el poder en el trabajo. Lo que significa que, cuando se trata de trabajo, las mujeres suelen tener que adaptar su forma de hablar a la de los varones, porque la forma de hablar de las mujeres se percibe como insegura, menos competente y, a veces, incluso menos confiable. No es de extrañar que Margaret Thatcher haya contratado a un profesor de canto para que la ayudara a sonar menos “chillona”.

Pero esperen, porque hay más. Las mujeres pueden adaptar su forma de hablar, pero no demasiado, a menos que quieran sonar masculinas. En su libro La comunicación entre varones y mujeres a la hora del trabajo, la lingüista Deborah Tannen describe a una mujer que no fue bien recibida cuando intentó hablar como sus compañeros varones, pero pudo remediar la situación añadiendo al final de su discurso palabras como “perdón”. Como señala Tannen en su libro, ¿cómo es posible que alguien no pierda confianza en sí misma si constantemente le dicen que todo lo que hace está mal? 

En conclusión: no hay una forma correcta de hablar, sobre todo si queremos sonar auténticas. Pero aquí hay algunas trampas habituales en las que podemos caer y que ponen nuestro discurso (y nuestra confianza) bajo amenaza. 

1. Todo el día pidiendo perdón

Hace tiempo, la palabra “perdón” se reservaba para las cosas por las que una persona podía realmente sentirse mal: derramar vino en esa camisa de seda blanca que se tomó prestada sin preguntar; chocar el coche de tu mamá; meter la pata –meter la pata de verdad– en el trabajo. Hoy en día esta palabra es más bien una muletilla: una forma de protección, una manera de intervenir, de expresar un punto de vista, de preguntar educadamente sin ofender, de decir “disculpas” o de cualquier otra cosa que implique hablar en voz alta o expresar cualquier tipo de opinión. 

Hay muchas ocasiones en las que decir “lo lamento” realmente funciona. Pero si tu interlocutor no es un individuo quisquilloso sino una sala de conferencias llena o un email con copia a todos, metete esto en la cabeza: no tiene sentido que digas “lamento interrumpir, pero creo que...”, porque va a sonar a: “no confío en mi idea, ¿por qué deberías hacerlo vos?”.

Nivel de amenaza

BAJO: Cuando realmente lo lamentas

Permítanme por un momento un repaso de los fundamentos de un “lo lamento” bien usado. Una disculpa de manual se ofrece cuando el que está hablando se da cuenta de que ha hecho algo perjudicial u ofensivo para su interlocutor y quiere restablecer el equilibrio de la relación. ¿Disculpas aceptadas? ¡Genial! La relación puede volver a florecer, sin hacer (más) daño.

MEDIO: El “disculpame” del pedido

En su uso actual, “perdón” y “disculpame” son formas de llamar la atención que preceden inmediatamente a un pedido o demanda, delicados carraspeos para mitigar una situación incómoda o un pedido que puede generar tensión (por ejemplo, “perdón, creo que está sentado en mi asiento”, lo que significa una demanda: “exacto, voy a necesitar que se levante de mi asiento”), y como disfraz eufemístico para encubrir el enojo y la frustración cuando esperamos que se haga algo y no se ha hecho (al menos, no según nuestro criterio).

MEDIO: El perdón cortés

Sí, a veces “lo lamento” es simplemente la “verbalización de un gesto cordial”, como lo llama Deborah Tannen, una de las muchas sutilezas sociales que ayudan a que la conversación fluya. Lo decís cuando querés que alguien aclare lo que ha dicho: “Disculpame, no estoy segura de lo que querés decir”. Cuando se interrumpe a otros para preguntar algo: “Disculpame, estoy buscando a Fulano, ¿lo viste?”. Los británicos, tanto varones como mujeres, usan el “perdón” con esta intención todo el tiempo, según Tannen, y sin embargo nadie piensa que eso revele inseguridad o los condene a un futuro sombrío.

2. Subir la voz

Lo que se conoce como “hablar con entonación ascendente” no consiste en transformar una afirmación en una pregunta (“Sí, ¿no?”), sino en añadir una pregunta al final de una afirmación (“¿Entendés lo que quiero decir?”, “¿tiene sentido?”). Tanto las mujeres como los varones lo hacen (George W. Bush era famoso por eso), pero las mujeres lo hacemos más a menudo que los varones, y las mujeres blancas más aún. En un estudio sobre participantes del programa Jeopardy** los investigadores descubrieron que cuanto más éxito tenía una participante mujer más lo hacía, mientras que en el caso de los varones ocurría lo contrario.

Nivel de amenaza

ÚTIL: Para detener a un “manterruptor”

Hay al menos un par de investigaciones que revelan que algunas personas pueden utilizar este “hablar con entonación ascendente” como mecanismo de defensa para evitar que otros lo interrumpan (recordá que las mujeres tenemos el doble de probabilidades de ser interrumpidas). Resulta que ese tono interrogativo en tu voz podría ser bueno para algo: indicar que aún no terminaste.

BAJO: Para comprobar algo 

Como para decir: “¿seguís ahí?”, “¿estás prestando atención?”.

MEDIO: Para obtener la confirmación del otro

La confirmación es gratificante, y a veces un tono interrogativo suscita palabras de aliento: “¡Totalmente!”, “Sí, estoy de acuerdo”. Pero si tu intención real es impresionar a tu interlocutor o interlocutora, puede ser un pelín imprudente presentar tu afirmación de una manera que te hace perder…ejem…valor. ¿Sabes a qué me refiero?

ALTO: Transmitir confianza

En La comunicación entre varones y mujeres a la hora del trabajo, Deborah Tannen describe a un CEO que explica que a menudo tiene que tomar decisiones “en cinco minutos” sobre proyectos en los que su equipo puede haber trabajado cinco meses. Y usa esta regla: si la persona que hace la propuesta parece segura, la aprueba. Terminar tus declaraciones con una pregunta o, en todo caso, comenzarlas con una disculpa es lo contrario de la confianza.

3. Suavizar 

Las llamadas “palabras evasivas” tienen muchas formas. Está la temblorosa conjunción “pero” (“No estoy segura de que esto esté bien, pero...”), que sirve para combatir el temor a que una afirmación pueda ser errónea. Hay determinados adverbios y muletillas –“algo así como”, “aparentemente”, “supuestamente”, etc.–, que denotan el menor indicio de opinión posible. También están las palabras de “permiso”, usadas para disminuir el impacto de una expresión o matizar una afirmación para que suene equívoca. Aunque son similares a “lo lamento”, esta categoría de palabras es diferente, ya que no se trata de una disculpa directa, sino de un aire de disculpa, un tímido golpe en la puerta o, como lo describió la ex ejecutiva de Google, Ellen Petry Leanse, una forma de “poner al interlocutor en la posición de ‘padre’, otorgándole más autoridad y control”.

Tiene razón: técnicamente nuestras afirmaciones sonarían más asertivas si elimináramos tanto el “pero” como el calificativo que lo precede. ¡PERO…! Tal vez esta sea precisamente la razón por la que utilizamos los calificativos: para sonar menos asertivas, más dulces, menos prepotentes y menos exigentes. Para crear el efecto de que tanto el que habla como el que escucha han llegado a una determinada idea de forma conjunta.

Nivel de amenaza

ÚTIL: Para enfatizar

“Esa reunión fue realmente terrible”. “Esa comida fue realmente maravillosa”. Esos “realmente” no denotan duda, sino énfasis. 

BAJO: Para hacer un pedido

“¿Qué tal si paramos un minuto?”, “¿podría hacerte un par de preguntas?”.

MEDIO: Para ganar tiempo

Un “mmm” o un “sabes…” bien usados pueden darle un momento a tu cerebro para que ordene tus ideas: otra versión del ya avalado por la experiencia: “Esa es una buena pregunta, Bob”, que consigue equilibrar en una sola frase la condescendencia y el halago.

ALTO: El fanfarroneo arrogante y confiado

Se utiliza en situaciones laborales para enmascarar el hecho de que no se tiene una respuesta, mientras intentás dar una opinión. “Bueno, no sé quién puede tener tiempo suficiente para informarse por completo sobre [insertá el tema en cuestión], pero me parece que deberíamos [insertá tu opinión sí o sí]”. Si podés, usalo. Los varones lo hacen todo el tiempo.

ALTO: El agresivo “de hecho”

Es el “hablale a mi mano***” de la lingüística, como dijo la periodista Jen Doll: una expresión muy astuta, que se utiliza para decir “vos tenés razón y yo también”. Por ejemplo: “Hola, Jennifer” –“es Jessica, de hecho”. O “El equipo completo ya está aquí”, –“de hecho, estamos esperando a Ashley”. “De hecho” puede suavizar el golpe, pero también puede usarse para lanzar una bomba. “Los números están un dieciséis por ciento abajo”. “No, DE HECHO, están un 5 por ciento arriba”. Pero que no parezca que te sorprende tu propia convicción.

La mayoría de nosotras no piensa mucho en las sutilezas del lenguaje. Las palabras simplemente salen de nuestra boca. A veces nos arrepentimos, la mayoría de las veces seguimos adelante. Pero cuando se trata de las mujeres, nuestra forma de hablar importa más de lo que pensamos.

* “Manterruption” es un término que viene de la conjunción de man (hombre) y –terruption, por “interrupción”, y hace alusión a las interrupciones de los varones cuando las mujeres hablan [N. de la T].

**Programa de preguntas estadounidense [N. de la T].

***La expresión en inglés “talk to the hand” (que puede traducirse como “hablale a mi mano”) tiene un tinte sarcástico y significa que uno no quiere escuchar lo que el otro tiene para decir. 

Este texto fue extraído de Feminist Fight Club: An Office Survivial Manual for a Sexist Workplace, copyright © 2016 Jessica Bennett. Primera edición, septiembre de 2016, Harper Wave, sello de la editorial Harper Collins. Todos los derechos reservados. 

Traducción: Luciana Rabinovich.