medios, internet y política

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10 feb 2022

por Martín Armada

Ilustración: Juli Farfala

Falsos verdaderos

Prohibición y drogas en la TV narcótica

La crisis sanitaria de los últimos días nos da la posibilidad de superar una cultura punitivista que castiga a quien consume, y analizar el fenómeno drogas desde una perspectiva más humana.

Durante los últimos días “el tema drogas” volvió a ocupar un lugar central en los medios de comunicación. Ni siquiera el debate por la despenalización de la tenencia para consumo personal, que en 2012 llegó a debatirse en las comisiones de la Cámara de Diputados de la Nación, generó tanto caudal de noticias, notas y columnas de opinión.

En este caso, lejos de discutirse la reforma de una ley penal, lo que fue objeto de todas las miradas fue un hecho inédito: la intoxicación masiva de personas que consumieron cocaína adulterada en algunos partidos bonaerenses, lo que generó más de 20 muertes.

Por supuesto, no es la primera intoxicación por el consumo de una sustancia ilegal, dado que justamente esa ilegalidad es casi garantía de adulteración. Lo conmocionante fueron los alcances de una crisis sanitaria que, por momentos, parecía imposible controlar. Esto último fue el verdadero eje del debate que comenzó a subir de tono a medida que pasaban las horas. Por un lado, las voces que sostenían que las muertes se debían a una falta de políticas represivas. Por otro lado, las que encendieron una alarma: las políticas prohibicionistas son justamente aquellas que imposibilitan el control de sustancias y la posibilidad de reducir los riesgos y daños asociados su consumo.

Ahora bien, cómo y de qué manera los medios de comunicación escenificaron esta discusión paradigmática.

El mensaje imposible

La realidad es compleja y su forma de contarla también. Por eso, a pesar de que el discurso pueda sonar banal para quienes conocen más o menos a fondo un problema que se transforma en noticia, los medios siempre aportan dificultades al mensaje. En ese sentido, durante la “crisis de la cocaína” la comunicación fue creciendo en complejidad a medida que la prioridad dejó de ser contar lo que estaba pasando.

Para verlo de forma sencilla, pensemos en un panelista de televisión: en los pocos minutos en los que se le cede la palabra, mientras otros buscan arrebatársela, debe decir algo que haga a la construcción de su rol, aporte a la dinámica vertiginosa del entretenimiento y no entre en colisión con los pormenores de varios vínculos contractuales que se activan en simultáneo. Así, cuando escuchamos a ese panelista decir que el mensaje de alerta del gobierno bonaerense llamando a extremar los cuidados a la hora de consumir cocaína “es una apología del consumo”, nos enfrentamos a un mensaje de una complejidad extraordinaria.

Si desde hace décadas no es sustentable la idea que supone que los medios de comunicación emiten un mensaje unidireccional que tiene como receptor un público pasivo, la necesidad de transformación que impusieron las nuevas tecnologías y las mutaciones aún inconmensurables de los flujos de la comunicación llevan la relación entre los medios y lo real hacia el centro de un laberinto. Todo análisis debería partir de ese escenario impredecible y fluctuante.

Prohibicionismo por default

La prohibición es un estado de la cultura. Los medios tradicionales, sean o no hegemónicos, tienden a avalar por acción u omisión los prejuicios de una moral nacida de una mirada puritana y punitivista: todas las sustancias ilegales son idénticas en cuanto a los riesgos y daños que generan, todos quienes las consumen tienen una adicción y esa adicción lleva a la descomposición social y, si se es pobre, al borde del crimen. Por supuesto, esta moral habilita en algunos casos una mirada compasiva. Es ahí donde se filtra el discurso de las instituciones religiosas que se presentan como la solución a la ausencia total de políticas sanitarias y, abrazadas la criminalización que les da autoridad, aseguran que el pilar para resolver los problemas de consumo es el ejercicio de la fe.

Sin embargo, nada es totalmente como parece. En medios que suelen tener posturas editoriales más abiertamente prohibicionistas, se perciben disidencias muchas veces ligadas a cuestiones menos ideológicas que generacionales. Del mismo modo, cuando miramos de cerca el discurso de medios en apariencia más alejados de las alternativas represivas, es posible encontrar también posiciones enraizadas en la cultura de la prohibición.

Estas variaciones y tensiones fueron bastante evidentes durante las primeras horas en las que comenzó a circular la información de que había cocaína adulterada en el mercado ilegal.
De hecho, antes de que se activara la maquinaria comunicacional de los diferentes espacios políticos, los medios transitaron una especie de tierra de nadie. Ese momento de desacople o descoordinación con actores externos a los propios medios fue, pese a las limitaciones ideológicas, de relativa objetividad.

Sin las hipótesis del fentanilo como adulterante y de la guerra narco como causa, los medios se limitaron a dar cuenta de la cantidad de muertos e internados. Incluso fueron algunos medios tradicionales zonales los primeros en levantar una alerta sanitaria oficial. Fue la que surgió de la Fiscalía General de San Martín que pedía que se informara a la población sobre la circulación de “una sustancia comercializada como cocaína de ALTÍSIMA TOXICIDAD”.
En ese mismo comunicado de la Fiscalía se aclaraba: “se comunica dicha información a la población en general con el fin de que adopten comportamiento positivo con el fin de protegerse a sí mismos y cuidar su salud”.

Se trató de una posición similar a la que luego tomaría el ministro de Seguridad bonaerense en declaraciones a la prensa pidiendo el descarte de la cocaína adquirida y luego el propio Poder Ejecutivo de la provincia con su comunicado de alerta.

Es decir que, en las primeras horas de la crisis sanitaria, los medios actuaron poniendo a disposición información vital para evitar que la situación se agrave. Quizás sin saberlo, funcionarios y comunicadores llevaron adelante una acción de reducción de daños. Por desconcierto o lógica humanista, optaron por una comunicación por fuera del libreto prohibicionista priorizando la salud de las personas y no la penalización.

Luego, a medida que las voces políticas comenzaron a entablar sus disputas en torno al tema, los diferentes medios fueron adoptando sus posicionamientos más o menos habituales.

Son personas

Durante los días en que los hospitales atendían a las víctimas de la intoxicación hubo una filtración discursiva inesperada. Fueron las familias las que intervinieron los medios e instalaron una mirada tan inédita como la crisis sanitaria.

Los medios fueron a buscar testimonios, ese eufemismo que en la jerga se usa para referirse al dramatismo. Sin embargo, esta vez las voces aportaron información. Ante todo, mostraron que las personas que consumieron la cocaína adulterada no se ajustaban necesariamente al arquetipo del adicto.

Alfonso, padre de Martín, de 41 años, contó que su nieto de 4 años lo encontró inconsciente en la cama. El nene se alertó porque Martín se levanta todos los días para despertarlo y hacerle el desayuno. Por suerte, llegaron a trasladarlo al hospital y fue dado de alta.
María, cuñada de Leo, contó que el hombre de 39 años fue con un amigo a comprar cocaína al barrio Puerta 8 después del partido que Argentina le ganó a Colombia por las eliminatorias. Leo, contó María, trabaja como empleado en el municipio de Hurlingham y está separado de su hermana, “solía buscar a sus hijos y se los llevaba, hacía su vida con normalidad: salían, comían, compartían con amigos y en familia”. El amigo de Leo falleció y él, al menos hasta que el magma de la crisis permitió seguir su caso, estaba internado en estado crítico.

Uno de los testimonios que más circuló por los medios fue el de Beatriz, la madre de Ariel. Contó que desde hace 25 años su hijo tiene un problema de consumo de cocaína y pidió ayuda. “Yo quiero aclararles a todos: acá no sirve que nos peleemos, sino que cambien las leyes. Acá sirve que, en vez de abrir tantas cárceles, abran más centros de rehabilitación para los jóvenes”. El pedido de Beatriz se escuchó en medio de la balacera de tweets entre referentes del oficialismo y la oposición, donde la disputa central no fue precisamente por la urgente necesidad de pensar nuevas alternativas sanitarias sino los aciertos o errores en las políticas represivas.

En ese sentido, hubo historias que lejos de los hospitales mostraron los verdaderos efectos del trabajo que realizan las fuerzas de seguridad guiadas por la conducción civil. Verónica vive en Loma Hermosa, cerca de Puerta 8. Contó cómo la policía se llevó a dos de sus hijos y a su marido que “es adicto pero no vende sino que compra para consumirla”. Un medio tomó la denuncia de Verónica que asegura que en el allanamiento la policía les plantó 800 gramos de cocaína en una entradera donde no hubo un solo testigo.

La clase trabajadora es la que día a día experimenta de forma directa el fracaso en todos los frentes de las políticas de drogas argentina. Esta vez, la voces de estas personas generaron en el discurso de los medios grietas pequeñas, pero impensadas. Se trata de tensiones que no llegaron a tomar la forma de un debate abierto, pero que de alguna manera evidenciaron que la cultura prohibicionista de los últimos 40 años atraviesa una crisis dada la catástrofe que se despliega en el plano de lo real.

Podría abrirse una brecha para mirar qué está ocurriendo realmente con el mercado ilegal de drogas en nuestro país, avanzar sobre una caracterización realista y menos hollywoodense de cómo funciona la comercialización a nivel local y de qué manera podemos dejar atrás un paradigma que solo ofrece persecución y castigo. O bien podría postergarse toda posibilidad una vez que la información, siempre profusa y veloz, haya perdido de nuevo su valor.