Una de las prácticas más visibles y comentadas del periodismo contemporáneo consiste en montar narrativas espectaculares que no se apoyan en datos veraces. Para decirlo fácil: las noticias se construyen sobre mentiras. Chequear la información pasó de moda, unas veces por negligencia o desidia y otras, por maquiavelismo. Cuando la mentira y la desinformación se cruzan con el relato sobre los pueblos indígenas, las mentiras se solapan y apelan a una memoria colectiva que atraviesa a todo el país. La mentira chiquita del periodismo pueril se encabalga en la mentira histórica del relato nacional, el resultado es racismo a la enésima potencia: “Indios al ataque”.
La construcción del enemigo interno en la Argentina tiene una larga historia y no se reduce únicamente a las dictaduras militares. El enemigo interno amenaza el ser nacional, la integridad territorial, la moral y las buenas costumbres. El movimiento obrero, las juventudes organizadas, las organizaciones de izquierda, les migrantes limítrofes, los morochos insurrectos, lxs desobedientes sexuales y los pueblos indígenas organizados son ejemplos de enemistades internas producidas para determinar un adentro y un afuera, un deseable/indeseable, yo/otro. La teoría feminista nombró ese miedo: pánico sexual y pánico moral.
Además de prácticas persecutorias basadas en la violencia física la construcción del enemigo interno usa palabras, libros, programas de TV, posteos de facebook, discurso. Usa especialmente a la prensa y a la escuela. El objetivo es infundir miedo en el resto de la sociedad —que queda del lado del bien, y eso es una gran recompensa: la normalidad—. Este miedo va a ser la base que justifique la violencia hacia el enemigo interno: se repiten hasta el cansancio los argumentos falaces por los cuales hay que temer, odiar y combatir a este enemigo. Y el enemigo interno que viene despuntando durante las primeras décadas del milenio es el conjunto que constituyen los pueblos indígenas, con algunas precisiones: los indígenas que viven por fuera de las expectativas que se hace el imaginario nacional blanco sobre lo que un indígena debe ser.
El indígena a temer y condenar es el organizado, politizado, ciudadano, que conoce la ley, que reclama en base a la ley, que argumenta, que no cumple con la imagen estereotipada del indio sumiso, detenido en el tiempo, emplumado y monosilábico. De esta expectativa rota nace el desconcierto de los Lanatas: ¿es eso un indio? Un indio no puede ser porque es flogger, no puede ser un indio porque escucha rock, no puede ser un indio porque estudió en la universidad y hace alianzas políticas con otras organizaciones. Porque reclama soberanía.
El indígena a temer y condenar es el organizado, politizado, ciudadano, que conoce la ley, que reclama en base a la ley, que argumenta, que no cumple con la imagen estereotipada del indio sumiso, detenido en el tiempo, emplumado y monosilábico.
Desde que comenzó la recuperación del territorio de la Lof Quemquemtrew en el paraje Cuesta del Ternero, en el sur de Río Negro, el discurso mediático puso en duda la identidad mapuche de los activistas. Un grupo de vecinos argumentaba en La Nación que se trataba de una comunidad “supuestamente mapuche”, dado que en el lugar “residen mapuches desde antaño”, distintos a estos que protestan y reclaman. En ese supuestamente se encierra el racismo estructural que excluye a los mapuche de la sociedad. Como no son los mapuche que yo conozco, ni parecen mapuche, como tienen apellidos que no son mapuche, debe ser que no son mapuche y por lo tanto no tienen legitimidad para hablar. Como no son el mapuche que yo imagino, son usurpadores de la identidad, se sostiene desde esta perspectiva, que omite el hecho de que los primeros usurpadores de la tierra, no fueron precisamente los mapuche.

La figura del falso mapuche no es nueva, pero no por eso tiene menos fuerza cada vez que aparece. Desde que comenzaron las organizaciones mapuche a pronunciarse públicamente, en los años 90, una forma de neutralizarlos o deslegitimarlos es el cuestionamiento a la pureza de su identidad, el falso mapuche es un ciudadano criollo y oportunista que usa la identidad mapuche para un beneficio, un falso mapuche podrá ser cualquier mapuche que no cumpla con la pureza reclamada por la policía identitaria.
Acusación floja de papeles
El territorio en proceso de recuperación por la Lof Quemquemtrew está ubicado en Cuesta del Ternero, a 30 kilómetros de El Bolsón y comprende un terreno de 100 o 200 hectáreas que desde hace 40 años no están habitadas, pero sí regenteadas con un permiso para desarrollar emprendimientos forestales. El paisaje ahí es desolador, el bosque fue quemado en su totalidad en los incendios del verano. Los emprendedores en tierra fiscal son Osvaldo y Rolando Rocco, que aseguran que la forestación que realizan “mejora la parte ambiental”. La forestación: pinos. Léase, a mediano plazo, el desgaste e inutilización del suelo.
Según relata Soraya Maincoño, vocera de la Lof Quemquemtrew, pocos días después de que los mapuche se asentaran en el predio, el viernes 24 de septiembre por la mañana, llegaron efectivos de la policía rionegrina a desalojar a los “mapuches invasores”, junto a la fiscal general Betiana Cendón. La promesa del fiscal Francisco Arrien había sido establecer una instancia de mediación, pero ese acuerdo se incumplió y llegó la policía a allanar el campamento. Por el modo en que intentaron ingresar al predio, representantes de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Río Negro manifestaron una "profunda preocupación por la situación represiva en Cuesta del Ternero, territorio fiscal reclamado por las comunidades de los pueblos originarios, y que el gobierno provincial de Río Negro pretende reconocer como de propiedad privada", luego de reunirse con el Ministro de Seguridad de la Nación Aníbal Fernández.
Casi un mes después se produjo un incendio en un club céntrico de El Bolsón, el Club Andino Piltriquitrón, ubicado a pocos metros del edificio municipal y de la comisaría local. Es en este lugar que la policía local se encuentra con un papel con un mensaje: “Beneton. Lewis. Arabela. Pogliano el agua y la tierra no se venden, se defienden”. Ninguna organización ni comunidad mapuche se atribuyó el acto ni reconoció la autoría de esa nota. Esta nota es el único elemento sobre el que se apoya el plan mediático para atribuirle a los mapuche un “ataque terrorista” para “quedarse con la mitad de la Patagonia”, como sentencia la gráfica promocional de un programa de TV de Canal 13.
La asimilación a la figura de “terroristas” era funcional a la gobernadora rionegrina Arabela Carreras para reclamar que llegaran las fuerzas federales. La estrategia política se diluyó en pocos días, pero el término terroristas siguió girando en medios y redes, hasta instalarse una vez más como fundamento del odio hacia los enemigos internos.
La acusación de terroristas obnubila y oculta un conflicto político. El gobierno provincial resiste la aplicación de la Ley 26.160 de Emergencia Territorial Indígena, sancionada en 2006, que frena los desalojos hasta el 23 de noviembre de este año y dispone una mesa tripartita entre comunidades y los gobiernos nacional y provincial para el relevamiento y regularización de la situación territorial. Según Orlando Carriqueo, coordinador del Parlamento Mapuche Tehuelche de Río Negro, "más de 600 comunidades tienen órdenes de desalojo", ¿qué pasará con ellas luego del 23 de noviembre?. La acusación de terroristas obnubila también la extranjerización de la propiedad de las tierras en todo el territorio nacional.
Los principales periódicos, portales y canales de TV dieron por hecho que el incendio había sido causado por personas mapuche.Tomaron como dato de la realidad un elemento de dudosa veracidad. No hubo chequeo, no hubo siquiera uso del condicional. Influencers, famosos del star system, políticos de derecha, periodistas progresistas, posteadores del barro de las redes sociales, muchas voces se sumaron a sostener el mensaje racista: los mapuche son terroristas. Toda la narrativa contra los mapuche se puso en marcha sobre un dato flojo de papeles y entroncó de forma fluida y orgánica con el gran relato de la fundación del Estado argentino: en la Patagonia no había nadie, era solo desierto que poblar.
Influencers, famosos del star system, políticos de derecha, periodistas progresistas, posteadores del barro de las redes sociales, muchas voces se sumaron a sostener el mensaje racista: los mapuche son terroristas.
De este gran relato negador de la preexistencia (aunque la Constitución diga lo contrario) se desprenden varias subtramas: que los mapuche son invasores chilenos, que los ingleses colaboran con ellos para quedarse con la Patagonia, que en realidad son las FARC y la ETA quienes subvencionan los palos y pasamontañas, o aquellas fábulas que suman todas las paranoias de la derecha: son falsos mapuches, montoneros y chavistas, todo el zoológico junto.
Sobre esta última conspiranoia fue claro el lonko Facundo Jones Huala, detenido en Chile: “Ningún gobierno ha sido ni será capaz de resolver nuestra condición histórica de opresión, en tanto son administradores del sistema capitalista en su actual modelo neoliberal, siendo esta administración populista más peligrosa que la derecha oficial, intentando confundir a nuestra gente, cooptando dirigentes oportunistas o gente con escaso análisis”.
Pero quizás ni esa declaración de autonomía calme los usos políticos de lo que ahora llaman conflicto mapuche y no justamente para referirse al genocidio. A pocas semanas de las elecciones de medio término, en un contexto en el que el discurso que se capitaliza mediáticamente es solo el que puede traducirse en términos polarizados, los medios insistirán en construir en el gobierno nacional un aliado, un amigo natural, del terrorismo mapuche. Porque poco importa si es cierto o no, lo que importa es construir el par bueno y malo y tomar posición. Y sobre eso, y sobre el terror, Argentina tiene una larga tradición.