Antes de que la serie se hubiera estrenado la polémica ya estaba instalada: ¿Quién se anima a llevar a Evita a la ficción? ¿Por qué? ¿Qué busca?
Pareciera que hay que pedir una licencia especial para hablar de ella, que aunque es de todxs, todavía le pertenece a algunos.
Nunca fue fácil ficcionalizarla. Recordemos los abucheos a Madonna en la película musical Don´t cry for me y el enorme listado de actrices argentinas que la han encarnado en la pantalla grande como Esther Goris, Flavia Palmiero, Laura Novoa, Julieta Cardinali, Elena Roger y en este último caso, Natalia Oreiro. A todas se les critica no ser las indicadas para encarnar a Evita que, insisto, pareciera imposible de llevar a la ficción. Sin embargo su historia está plagada de rumores y mitos que crecen y se resignifican con el paso del tiempo.
La propuesta de Starplus, basada en la novela de Tomás Eloy Martínez, nos la acerca con una mirada actual de lo que podría haber sido esa mujer: la adicta al trabajo, la desilusionada pero fiel en el amor, la que lo da todo por los humildes, la soñadora de pueblo, la yegua, la artista, la frágil enferma, la puta, la feminista, la santa madre de un pueblo.
Pero además nos cuenta qué representó su cuerpo, un cuerpo de mujer, de una mujer con poder. Y el cuerpo de una mujer es siempre de otro.
Como botín de guerra, como trofeo, como prueba de que el poder del macho esta intacto. Por eso a ese cuerpo se lo manosea, una y otra vez, se lo corrompe, se lo apropia, se lo ultraja, se incita entre un grupo de varones a ultrajarlo a la vista de todos, porque así confirman su hombría la mayoría de los personajes del relato.
En este sentido, la serie propone un acercamiento con una mirada actual y política en relación a la objetivación de los cuerpo feminizados.
Rita Segato dice que “el cuerpo de una mujer es el lugar en el que se manifiesta el fracaso del Estado”; lo que señala es que existe una forma de dominio y de soberanía sobre los cuerpos de las mujeres y por esa razón se habilita una violencia pública y sistemática en la que se establece una forma de control sobre el territorio que se expresa públicamente a través del sometimiento total de la mujer.
Más allá del morbo que pudo haber generado la repetición de escenas de desnudo, hay una búsqueda éxitosa por perturbar al público, habilitando la posibilidad de comprender, a través de una figura intachable, la clase de violencia que miles de mujeres atraviesan en todo el mundo.
Pero ese cuerpo desnudo también perturba por otras razones: la figura maternal de Evita nos recuerda que la función de toda madre es mantenerse inmaculada, es imposible imaginarse a una madre desnuda. Todavía hay quienes esperan que la imagen de Evita permanezca dentro de una función idealizada de madre política impoluta y casta a la que se le niega toda posibilidad de gozar y de ser objeto de goce. Esta idea se refuerza en el vínculo que Evita, encarnada por Oreiro mantiene con Juan, como lo llama en la intimidad. Hay solo un beso apasionado en toda la serie y no vemos a la pareja compartiendo una cama. Apenas algunos momentos de complicidad erótica al inicio del vínculo que luego son reemplazados por la pasión por la política. Evita no goza con su cuerpo, es su cuerpo el que es gozado tanto en vida como en su muerte.
Tal vez allí aparece una de las contradicciones de la serie; si bien la muestran como una mujer activa y con capacidad de decisión propia, sigue siendo una buena señora que constantemente quiere agradar a su marido, que sería incapaz de traicionarlo.
El progre aliado
El personaje de Evita se mantiene bajo la línea de lo que ella misma escribió alguna vez: “La verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo no se aparte de la naturaleza misma de la mujer”. La naturaleza de la mujer de aquella época era la de servir a sus hombres. Por eso la Evita de Oreiro no llega a ser la revolucionaria que parecieran querer mostrar. De alguna manera se sostiene la imagen de una mujer fiel a su hogar y asexuada.
Por otro lado, cuando hablamos de ese cuerpo al que se buscó inmortalizar, la serie muestra a un Perón un tanto progre, “un aliado”, que apoya fielmente cada una de las ocurrencias de su mujer. En este sentido Eva pareciera una nena caprichosa cuyo marido sostiene cada uno de sus antojos, cual empresario que paga el programa de televisión a su mujer. Cuesta creer que Perón pudiera manejar ese grado de ingenuidad, y por otro lado refuerza la debilidad de esa mujer política con voluntad propia.
Además, ese mismo aliado que la deja hacer a su gusto, es quien decide por el cuerpo de su esposa, embalsamandola a pesar de su voluntad, usándola, como el resto de los hombres, aún muerta. Este Perón es, entonces, un aliado que se quedó a medias. El mismo hombre que la construye, que le da alas, que le enseña a hacer política y luego compite con su mujer y la siente como una amenaza.
Parece inverosímil pensar que en aquella época un hombre de tanto poder pudiera sentirse intimidado por su pareja. Sobre todo si observamos el resto de los roles de las otras mujeres de la serie: todas las esposas o parejas del resto de los personajes son sometidas y utilizadas. Terminan asesinadas, refugiadas en el exterior, abandonadas. Ninguna tiene capacidad de decidir.
La esposa del malo o del bueno, da igual, todas son víctimas de la impotencia de una época en la que la función importaba más que el ser en cualquier mujer. Pareciera que todas las mujeres de la serie sobraran, estuvieran de más en sus papeles secundarios y por eso nos revelan la imposibilidad de pensar a Evita como una avanzada y ambiciosa feminista con absoluta libertad de acción, pero también nos pone ante la pregunta ¿Y si hubiera sido así? ¿Si Evita hubiera sido una mujer capaz de todo por el poder? ¿Y si esa mujer era mejor que Perón, si era ella la que movía los hilos?
Incomoda pensarlo, por supuesto. Sería una yegua, no una santa, y una mujer solo puede gobernar de forma divina, como en la antiguedad, pero nunca de forma terrenal. Divina en tanto madres, función fundacional de una sociedad, pero nunca con la capacidad real de asumir el mando. Basta con mirar nuestra historia más reciente para dar cuenta de cómo es tratada una mujer con deseo de poder.
Y tal vez esa sea la riqueza de la serie: darnos un espacio para revisar desde dónde seguimos mirando la historia de las mujeres y, al mismo tiempo devolvernos, aunque sea por breves instantes, a una de las figuras más importantes de la política feminista de Argentina.