medios, internet y política

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10 may 2022

por Alejandro Modarelli

Archivo: Prisma

Algunos Hitos

24 horas invocando un espectro para Malvinas

Malvinas se construyó, también, en los medios. El programa ómnibus «24 horas por Malvinas», que cumple 40 años en estos días, fue la invocación mediante las celebrities de un espectro mítico investido de cosa nacional.

“Vamos ganando” forma parte del acervo del sarcasmo nacional. De tragedia a farsa, el lenguaje tras los partes de guerra durante el conflicto de Malvinas sirve, todavía, para explicarnos. Sin embargo, nunca se admite -aunque duela- que la Junta Militar y el periodismo de entonces no inventaron nada: la actualidad, durante las guerras, desde Troya hasta Ucrania, es un artefacto de demolición de la verdad, y en los noticieros decir “verdad” equivale a  (re) crear hechos, como en el Génesis. 

Detrás de los hechos exhibidos, hay siempre un dispositivo de poder que, si no los inventa, los trastoca a su favor. Desde el anunciado cataclismo de Sodoma (¡cuánto abusaron de esa calamidad los monoteísmos para torturar homosexuales!) o los rumores sobre el caballo de Troya (a pesar de Casandra, le abrieron las puertas de la ciudad como hoy tantos le abren el cerebro a las fake news) a la era de las tecnologías de la información. Durante ese parpadeo milenario solo se han optimizado, como se dice ahora en lengua CEO, los golpes de efecto especialmente diseñados para el supuesto creer de un público aficionado como siempre a la mitología. Mentime hasta que te crea. ¿O, acaso, en aquel 1982 no existían fuentes radiales alternativas para cotejar información? 

Con la guerra de las Malvinas regresó un tiempo mítico en el que los argentinos volvíamos a vestir a lo originario, pero esta vez no para recitar La hermanita perdida de Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez, sino con el sentimiento de restitución de un goce territorial robado por el Imperio. Porque Las Malvinas crecieron en el cuerpo de nuestra infancia como un miembro fantasma, una falta persistente que creímos por una vez llenar con el desembarco del 2 de abril. Del lamento por el goce robado a la ilusión de completud, al costo de navegar por el precipicio de la muerte y en aguas ocupadas por un país de la OTAN. Quisimos creer.

Pero Las Malvinas no eran dos afanados accidentes geográficos menores en medio del Atlántico Sur, como para los españoles pareciera ser el Estrecho de Gibraltar, sobre el que reclaman a medias al socio comunitario usurpador. Las Malvinas, soñamos, era lo que nos faltaba para creernos un país con destino. La Junta Militar, cercada por las protestas sociales de apenas unos días atrás, instala el espectro en el medio de la escena, lo pasea por infinitos programas de radio y televisión, lo convierte en acontecimiento mesiánico a la vez que en el proyecto diferido de su autoinmolación. Con su delirio acreditado por Reagan y su compa Juan Pablo II, Galtieri se llevaría puestos a centenas de jóvenes muertos y a millones de humillados: dioses anticomunistas ¿por qué me han abandonado? 

La amalgama de memoria, justicia histórica y dictadura produjo un teatro de confusiones imposible de suturar. Una dictadura proyanqui proponiendo semejante épica emancipadora, que por supuesto no estaba en su ADN sostener. Néstor Perlongher ironizaba sobre los exiliados que rogaban alistarse para combatir a los ingleses junto a sus ex torturadores. Las performances domésticas, a cada parte de guerra, evocaban la histeria colectiva de un mundial de fútbol; dos buques por diez aviones. Para el catálogo: “Argentinos, a vencer”. O la tapa de la revista Gente, con imágenes falsificadas de combates y un “seguimos ganando”. Pero detrás de semejante abuso de las emociones más arcaicas y perennes, no dejaba de vibrar un principio de esperanza y restitución, antes de la dolorosa constatación de que los vencedores de siempre (y no hablo solo del enemigo externo sino de los dueños del país) nunca dejan de vencer.    

Pero nada más lejos de hacer justicia que toda esa parafernalia televisada en aquella época, desde el conductor Gómez Fuentes impostando voz marcial para mentir en el noticiero 60 minutos (confesó que inventó lo de “vamos ganando” porque la guerra requería una sociedad con la moral alta), o Nicolás Kasanzew (que todavía hoy añora el paso por Malvinas como corresponsal de guerra, aunque le censuraban la mayoría de los envíos, porque lo confirmaba en la masculinidad nacionalista de sus ancestros militares polacos). Junto a la cara corte Lugossi de Gómez Fuentes, el noticiero alistaba bellezas como el corresponsal de prosapia militar, la finísima María Larreta y la por entonces dócil Silvia Fernández Barrios. 

Como en la Guerra del Golfo, en Malvinas la aniquilación nos llegaba envuelta en misiles televisados como fuegos de artificio lejanos, y los cuerpos de los soldados premuertos bajo cero en trincheras -Los pichiciegos, de Fogwill- eran obligados a la pose del héroe anónimo.

Como en la Guerra del Golfo, en Malvinas la aniquilación nos llegaba envuelta en misiles televisados como fuegos de artificio lejanos, y los cuerpos de los soldados premuertos bajo cero en trincheras -Los pichiciegos, de Fogwill- eran obligados a la pose del héroe anónimo. El noticiero les da voz y nombre pero para convertirlos en cómplices involuntarios del desastre que se gestaba, la violencia interna que los tenía como víctima sacrificial y hasta el robo por parte de sus superiores de lo que les llegaba desde el continente y les correspondía.

24 horas

ATC aportó brillo a la trinchera inundada con el célebre programa ómnibus 24 horas por Malvinas, un melodrama autocelebratorio de la farándula mainstream, siempre indulgente con la dictadura. Conducido por Pinky y Fontana, para recaudar fondos a la gesta. Los archivos del programa, desempolvados cada 2 de abril, nos permiten hoy registrar la prehistoria de algunas caras y la evolución de muchas biografías.

Mirtha se desprendió de un saco de piel que hoy le valdría recibir un balde de pintura, al “que amaba y tenía para ella un alto contenido sentimental”. Vibrante, blandía una banderita azul y blanca, excitada como una colegiala, porque antes que nada La Legrand es una sencilla mujer argentina, tan sensible como lo había sido en el funeral de Eva Perón, sobre cuyo cadáver depositó flores. Claro que en esos tiempos quinquenales florecía su proyecto estelar y la estrategia indicaba que bien servía elegir de padrino para su hija al “goebbels peronista”, Don Apold. El kirchnerismo llegó cuando ya no precisaba más escalones del poder para ascender al Olimpo de la farándula. 

Pinky, de un narcisismo insobornable, parecía conducir el programa junto al esbelto Fontana, el muchacho que siempre usó gomina, como si se tratase de Sábados de la bondad. Colaba el cuerpo por donde la cámara no podría evitarla. Campechana siempre, competía en juvenilismo con los jugadores de la selección nacional de fútbol. Una entrevista risueña en un sillón a Porcel y Olmedo gana intensidad con ella sentada en medio sobre el respaldo, una estética de living saturado pero entre íntimos. Susana Giménez postulaba un rostro, una voz y un look que ofrecían dulzura y modernidad. Como Mirtha, el amor por la patria encendía esa dulzura hasta el empalago y sonaba creíble, emocionada como nunca se la volvió a ver. Todavía no era la multimillonaria enardecida contra los impuestos, refugiada en su solar uruguayo. Se sumaba a la denuncia contra la “campaña antiargentina” que pregonaba la dictadura, enamorada del país donde forjó años más tarde su fortuna con un teléfono abierto al televidente del conurbano, desesperado por comunicarse y ganar dinero si acertaba a que una tal “Juana” era nada menos que la madre de Evita. En épocas de Malvinas el Estado no era para ella, aún, el enemigo pedigüeño sino el amigo pródigo.

La autocelebración de la alta farándula, nacionalista e infantilizada, y calculadamente generosa con los retazos de sus ganancias, tuvo momentos de penosa honestidad.

La autocelebración de la alta farándula, nacionalista e infantilizada, y calculadamente generosa con los retazos de sus ganancias, tuvo momentos de penosa honestidad. Por ejemplo, Susana Rinaldi, conmovida cuando abre el programa cantando el Himno Nacional. Supongo que, en otras circunstancias, volvería a hacerlo. Actrices empobrecidas donando su única alhaja, público que se acercaba para dar lo que no tenía o mediante las llamadas a esa Nasa de cabotaje escenificada con cuarenta teléfonos que no dejaban de sonar.  En fin, sigo creyendo que Malvinas no fue un Mundial del 78 fracasado. Fue, creo, la convocatoria a un espectro originario investido de cosa nacional. Por unos meses la sociedad sintió que incidía en la actualidad a través de un donación de sí, a la espera mesiánica de justicia. 24 horas por Malvinas fue la expresión pueril de esa experiencia. Los que de una manera o de otra participaron no pudieron pensar el presente como ese entramado geopolítico y económico por el que la justicia reclamada por nuestro país seguiría siendo hasta hoy espectro.