Hace pocos días tomo estado público un conflicto en el Instituto Nacional de Cinematografía Argentina. INCAA. Movilización, represión y la cesación en su cargo del ex presidente del Instituto, Luis Puenzo. Independientemente de los puntos técnicos en discordia, una de las cuestiones que sobrevoló la discusión fue el concepto de Soberanía Cultural. Que el INCAA, así como venía gestionándose, no la estaba defendiendo. Venía rumiando el tema y se me cruzó un texto del sociólogo Anibal Quijano, muy útil para desplegar esa idea, y ayudarme a definir una de las posiciones del conflicto.
Empecemos bien al principio: cuando la que luego se convertiría en América Latina fue conquistada y se definieron los límites de los países, cada uno era colonia de su reino, de un poder central. Pero a pesar de las independencias que las naciones fueron conquistando, siguieron siendo dominadas por estos poderes centrales. El colonialismo dio paso al imperialismo. Según Quijano: "una asociación de intereses sociales entre grupos dominantes (clases sociales y/o etnias) de países desigualmente colocados en una articulación de poder, más que una imposición desde el exterior".
Al margen de las violencias aplicadas a través de masacres y economías, el imperialismo se alimenta de una colonización del imaginario de los dominados. Eso se fue logrando, siempre siguiendo a Quijano, en primer lugar a través de la represión (sobre modos de conocer o directamente sobre los recursos e instrumentos para el conocimiento), y luego por "la imposición del uso de los propios patrones de expresión de los dominantes". Primero mistificando su propia cultura ante los dominados, y luego a través de la enseñanza, a algunos habitantes de los territorios dominados, de los formatos coloniales del saber, para cooptarlos en ciertas instancias del poder de los dominadores.
Es decir, a través de la seducción, hacerse de voluntades selectas, y alcahuetizarlas para que jueguen a su favor, colaborando con la imposición de esa mirada mistificada esencial. Y así seguir extendiendo el control primero colonial, luego imperial, en estos tiempos global. Ahí es donde parecen estar jugando los grandes apostadores contra la soberanía audiovisual, los que consideran que todo aquello que no se ajusta plenamente a las apetencias del "mercado" es antimérito, es planerismo, es vivir de la costilla del estado, es corrupción.
Eh, tú, mueve el carro que no puedo aparcar
¿Por qué los chicos cuando juegan hablan en neutro? ¿Con qué series nos criamos? ¿Con qué películas? ¿A qué personajes jugábamos cuando éramos chicos? Una parte de la respuesta varía con la edad: El llanero solitario, Batman, El Zorro, El Santo, Indiana, La guerra de las galaxias, Iron Man, etcétera. La otra parte es invariable: todos son personajes (cultura) impuesta por el foco de dominación cultural principal. Más atrás podía haber opciones: Patoruzú, el Cabo Savino, personajes de la historieta que saltaron a la radio (previos a la tv, que junto con el cine fueron las grandes herramientas de colonialidad masiva, hasta la llegada de internet). Pero la cultura nacional en general fue arrasada durante décadas. Interesadamente. Hoy en pequeños grupos de niños puede aparecer cada tanto un Zamba, por ejemplo. Y siempre, siempre, son financiados por el Estado.
Cuanto mayor es la centralidad cultural externa, menores las señales de una cultura profunda nacional, la diversidad de expresiones autóctonas y los desarrollos que puedan ir teniendo con el paso del tiempo. Es decir, la identidad de los habitantes de una nación en referencia a su propia nacionalidad. Y vulnerar la potencia de la identidad es el principal objetivo de las fuerzas del colonialismo cultural, dado que la cultura representa el mayor peligro para las fuerzas dominantes, por ser uno de los más grandes factores movilizadores de cualquier resistencia a cualquier conquista.
La nación periférica va desapareciendo, eso que antes se llamaba país se va convirtiendo paulatinamente en diáspora degradada de un poder central, sea una nación, un fragmento de continente o un conglomerado económico, y sus habitantes se van repartiendo entre los que aspiran a acceder al corazón de la cultura (imperial), los frustrados de dicha aspiración, y los marginales a la propia existencia de cualquier aspiración.
Contra la noción repetidora
Ahí es donde aparece entonces el concepto de Soberanía Cultural, el único modo en que una nación puede protegerse de esa máquina de producción permanente de sentido, y no ser, (como tantos canales de tv del país respecto de los canales porteños), apenas una repetidora de los sentidos producidos por un poder central. Y ahí es donde talla el Estado: no hay ninguna otra institución capaz de acompañar y promover los procesos de concimiento no prevalentes. Todo aquello que no está bendecido por el Mercado (que no colabora a la circulación del dinero hacia arriba), no merece existir, dice la globalización. La réplica de formatos que imponen los brazos del mercado (en este caso las grandes plataformas, las productoras multimedia con poder multinacional), que colaboran con la concetración de capitales es bien vista. Pero lo que no accede a lo inmediato masivo, al mundo de los millones, de la ganacia económica, no parece tener derecho a ser apoyado por su país. Si se quiere desarrollar un lenguaje propio, desemejante al señalado por el mercado, no se merece ningún beneficio que provenga del esquema impositivo de su nación.
Al ala cultural del Estado corresponde la responsabilidad de que un país no sea solo conocido por sus mayores o menores habilidades para la imitación de los lenguajes de las potencias, sino que tenga una producción de capital simbólico propio, que haga su aporte, que sume al concierto internacional. Que pueda producir representaciones propias, que lo alimenten y le permitan circular por el mundo. No solamente de aportar materias primas a las factorías del poder central, (no solo en lo material, también en lo cultural se tiende a este funcionamiento) sino que aporte a un planeta descentralizado, diverso, múltiple. Que, en el caso del cine, la Argentina no sea solo conocida por cada tanto sumarle algún director a Hollywood, que replique con mejor o peor suerte aquello que Hollywood dicta (o Netflix, o Disney), sino por los sorprendentes giros del lenguaje que solo pueden tener lugar acá, y que circulan, dan visibilidad al país, por todos los festivales cinematográficos del mundo (los más resonantes, los más independientes). Y ni siquiera planteo que haya un tipo de lenguaje que sea necesario desarrollar: no, solo que lo que se filme no sea exclusivamente para dar ganancias, sino fruto del entusiasmo de los equipos que lo realizan, porque hay gente creyendo en su proyecto, en su película. Tal vez no apunte a otra cosa el discutido concepto de "cine independiente".
Los conceptos más liberales sostienen que el estado no tiene por qué financiar cultura, ni prácticamente ninguna otra cosa que no de ganancia económica, fin último de quienes militan estas opciones. Lo expresan ofensivamente (no queremos pagar por películas que nadie mira), pero lo que están diciendo es: no queremos cultura nacional, nos alcanza con unos pequeños toques idiosincráticos (un mate, un Torino, un Francella), dando una pincelada de color local al esquema promovido y aceptado por el mercado, colaborando con los grandes concentradores de afuera y los pocos permitidos en el acá mismo.
El cine como economía
Además de esta cuestión política, los detractores de un INCAA que promueva una filmografía nacional soberana y diversa, se están dejando de lado las cuestiones económicas: el cine nacional mueve una masa laboral de aproximadamente 700.000 personas, su contribución económica ronda el 5% del total de la economía argentina, contribuyendo con la circulación de alrededor de 1 billón de pesos anuales, etcétera etcétera2.
La pregunta que se plantea entonces, en todo este movimiento y movilización, es la siguiente: ¿Qué representación nacional busca construirse desde el Estado? ¿Qué tipo de producción debe promover y financiar el INCAA? ¿Una que apoye a las producciones que puedan tener cabida en las grandes ligas del mercado, que cuentan con apoyo económico y financiero de los grandes capitales multinacionales, o los lenguajes divergentes, propios, soberanos, independientes, federales, de riesgo, asumidos por las productoras grandes, medianas y pequeñas de Argentina, que se animen a riesgos estéticos y temáticos, inclusivas en términos de miradas, temáticas y tratamientos? No hay dudas de que no son excluyentes, pero que hay que atender con mucho cuidado el punto de equilibrio. Ese punto sería la posición del Estado respecto a la construcción de una representación cultural, de una Soberanía Audiovisual. Tenemos como pista que en las últimas décadas el cine argentino ha sido protagonista en los circuitos de festivales de todo el mundo, generando además de circulación económica, el crecimiento de ese famoso concepto "marca país", que también en última instancia implica a la economía nacional y su crecimiento, y la construcción y fortalecimiento de un capital simbólico inmenso, que permite a cualquier interesado acercarse a nuestra cultura y encontrar un panorama lleno de hallazgos y búsquedas imprevisibles, un mosaico de la humanidad creado gracias a la existencia de este país en particular, y de las búsquedas estéticas que ha producido. El brazo cinematográfico del estado es el INCAA. Las políticas de producción que aplique el INCAA, son una decisión del Estado al respecto de cual quiere que sea su rol en lo específico de la construcción de una Soberanía Audiovisual: la búsqueda de un lenguaje propio, diverso, soberano, independiente, o sumarse acríticamente a la concentración económica-cultural de los países dominantes. Esa, en última instancia, fue la base del conflicto del INCAA.
1 "Colonialidad y modernidad/racionalidad" Anibal Quijano, 1992
22: Informe del Observatorio Audiovisual del INCAA, realizado por el equipo MESi-IIEP (UBA-CONICET), citado por el portal Otroscines.com