Debo decir que tuve una primera aprehensión con The Walking Conurban, la cuenta instagramer que de un archivo visual de curiosidades conurbanas pasó a ser una trinchera enunciativa con algo más de tres mil publicaciones y 260 mil seguidores.
Una primera aprehensión por la referencia del título a una serie foránea y a un tono apocalíptico, dos claves estrambóticas y sospechosas para pensar al tan argento y vital conurba.
También me distanciaba su referencia exclusiva de visualidad virtualizada, como la que propicia el sitio elegido para existir: Instagram.
Cómo no presuponer una fetichización del margen –como d/enuncia el escritor Cesar Gonzalez– desde un cúmulo de imágenes asociadas a muertos caminantes. Pensé que The Walking Conurban se trataría de una operación más para la destrucción simbólica del conurbano. Sin embargo, como las aprehensiones a veces son fetiches anulantes, aquí van unas preguntas, acerca de cómo desde las redes es posible construir una mirada conurba, materna, batalladora.
Lo único que existe
Se dice que el conurbano no existe. Que es indefinible. Al tiempo, que es la madre de todas las batallas. Pero el conurbano no solo existe: opera enunciativa, simbólicamente. Y vaya si lo hace, opera abriendo, metiendo mano y cuña en el sentido, cosiéndolo a veces con sutileza, a veces como un matambre. Y como toda operación a veces cura y a veces mata.
El conurbano no solo existe en sus operaciones (mediático, políticas, teatrales, planificadas). Es lo único que existe, lo único que tiene una existencia tal que condiciona, modela y moldea; que da vida y muerte a todas las existencias. Al menos es así con las existencias de una nación estructurada en díadas (civilizacion/ barbarie, centro/ periferia, porteño/ interior, blanquitud nordelta/ negro cabeza: la misma, por otros, los mismos medios). Estas díadas en el conurbano, están vigentes y sintomáticamente hallables, en estado de vibrante tensión en las palabras e imágenes que le dan existencia.

El conurbano es un territorio infinito. En expansión perpetua. El más territorial de los territorios ilimitados, "inexistentes". En tal sentido es y actúa como una plataforma, una red. Tiene de virtualidad el abarrotamiento sígnico su(pra)real que sobre él recae, que desde “allí” se engendra, alumbra, pare. Una trama infinita de signos de todo tipo lo componen, disponen, descomponen.
Y lo sabemos, con los signos se dan batallas (culturales y no solo) y por los signos, por su apropiaciones, es que las batallas ocurren. El conurbano, territorio sígnico, también exige posicionarse. Ubicar la posición en el mapa y plantear desde qué lugar, perspectiva o ideario se habla, desde dónde se ve y qué. The Walking Conurban es además de una cuenta de Instagram, un principio de existencia, una trama de herencias, un proyecto de miradas sobre/desde el conurbano de una expansión casi tan inusitada y expansiva como el territorio que escudriña.
Las dos redes
Se dijo o se pudo haber dicho: la plataforma, la red es el mensaje; el masajeador de todos los mensajes. ¿Qué quiere decir esto? Que con solo entrar a Facebook, a Instagram, estas plataformas ya estarían diciendo/mostrando algo, y no solo cosas, palabras, imágenes, sino modos, formas del habla/del ver. Por tanto, imbuidos, zambullidos en ellas, las redes virtuales nos estarían no solo mostrando imágenes/palabras, sino proponiendo sin explicitarlo, asumir ese modo. Es decir, con solo entrar y navegar, estaríamos incorporando un modo de habla, un modo de ver. Somos hablados, hablamos, nos vemos, vemos y mostramos por y desde las plataformas, como Facebook propone, como Instagram dispone. Con grados de libertad, claro, pero bajo las reglas de su juego, del vínculo ojo/dedo que imaginaron y actualizan por nosotros. Somos hablados y mirados por una época platafórmica. Tenemos un ojo Instagram, uno Facebook. Que grosso modo, digamos, es el mismo. También un ánimo y un desánimo, un deseo platafórmico.
¿Hay bondad, un plano celestial en la red? Está la deep web, algo así como el infierno, el subsuelo, el "undergrund". ¿Algo bueno, sublevable puede emerger de allí, como ocurre en los bajos fondos, en los subsuelos conspiratorios? ¿O el cielo de la web es el barro del ahora mismo y, como el mal barro, se seca con algunas horas de sol? ¿Hay en las redes una manera de mantener fresco un barro que sea creacional? ¿Como se irriga, vivifica una red?

No toda plataforma es igual, no toda red es igual. Está la red de contención, la red de pesca, la red solidaria. No toda plataforma arma redes. Una plataforma es un sitio y una red es una interconexión. La plataforma sostiene y la red vincula, pero no toda plataforma sostiene, algunas aplastan, aíslan, aquietan. No toda red vincula: algunas atrapan, aíslan, aquietan. ¿Hay una plataforma que no aplaste, una red que no atrape, una red que vincule y me haga reconocer parte de una comunidad? Utopías informáticas. Pero si la plataforma es el mensaje, descartar su potencia salvífica es de tanta complicidad y cobardía abúlica, como romántico sería suponer la autonomía del usuario.
The Walking Conurban apuesta a la reconstrucción de un modelo, de la plataforma misma, la destrucción/construcción de un ojo que permite reinventarlo, no por decisiones individuales, sino por políticas de conducción. Y sabemos, conducción no es arrastrar a una masa/mirada informe, sino proponer, guiar, alentar, contagiar. Incluso a una conducción que devenga en conducción de sí, dirigente de sí, conducción/dirigencia colectiva.
Planta procesadora de deseos
En The Walking Conurban los ojos alentados reconstruyen al ojo guía y la iniciativa se vuelve un discurso renovable, renovado, reconducido. Es un archivo colaborativo que muta, se adapta, se expande, contagia y construye un modo de ver. Y lo sabemos, lo ha dicho John Berger, hay imágenes, pero sobre todo, hay modos de ver, los que le otorgan sentido/existencia a la propia imagen, a la vista que la constituye. El modo de ver construye un ojo. Esta es la aspiración, el fundamento de una ideología, de una perspectiva política. La de configurar no seguidores sino replicadores, que ya no sepan en qué momento viraron su mirada, en qué momento la hacen propia y difunden, en la práctica, que así es de contagio, de conducción infiltrada. Por los propios ya no usuarios, sino errantes paseadores, predicadores de sí, de un modo de ver que los afirma, vincula y da sustento. De una mirada que nunca es propia sino heredada, y que nunca se sabe en qué momento se la adquiere, ni antes ni ahora, que son/seamos caminadores-mirantes-constructores del conurbano.
Conurbano es también una red platafórmica de deseos, de arraigues identitarios, de un nombre, un sitio insituable, pero ahora opera en las otras redes, las mediáticas hipervisibles. The Walking Conurban, en tanto guerrillera red platafórmica, expresa un combate, una disputa por el sentido, que es también una disputa por los cuerpos, por la libertad. Ya no -o no solo- de consumo, sino de sus exhalaciones, sus detritos, sus restos. Lo que se hace y se emana de un algo consumido.
Como en una antropofagia conurbanera. ¿Quién trata los residuos sígnicos del conurbano? ¿Qué planta procesadora? Toda red platafórmica es una planta procesadora. A donde ingresan infinitos signos diarios que son tratados -bien, mal tratados-, en búsqueda de un destino, final o parcial. Toda red platafórmica aplasta/atrapa o afirma/vincula; contamina o abona.
The Walking Conruban desde su origen de resabio netflix apocalítpico junto a una retratística de curiosidades conurbanas, devino una red platafórmica agitadora; trasmutó, antropofágicamente, volviéndose aquello que sus múltiples incorporaciones hicieron de él, en una propuesta polítco-estética de aguante, afirmación, vinculante; abono sustancioso y de alto picor de un ojo, una mirada, un modo de ver desde una apuesta colaborativa, solidaria, comunal. Sin diluir los embates, propios y ajenos, de acá y allá de la General Paz, haciendo de la plataforma un sitio, de enunciación, una trinchera, un espacio, desde donde tomar fuerza, envión, ánimo, sustento y disparar fotos.
The Walking Conurban hace del embrollo de signos una potencia, donde el discurso coloquial y fierita, dialoga con el académico: Bourdieu y Laclau, por caso, son reapropiados para combatir un tristemente célebre artículo de Pablo Sirven en La Nación, donde relaciona al Conurbano con África. En The Walking Conurban una imagen de cristo y una estatua de la libertad se llenan de cumbia y una declaración de amor puede ser también la de baldear una vereda junto a un perro, un caballo y un cisne de yeso. Podemos decir, que no hay ideología sin amor, que no hay construcción político discursiva sin pasión. Y es que la propuesta/apuesta, aquí es la de hacer de un territorio amenazante, marcado de estigmas, un ámbito de vitalidad y afirmación identitaria. Hacerlo desde una red colaborativa internáutica, cargándola de texturas, aromas, sonoridades convocantes. He allí un norte, que no es un barrio, sino “el” barrio, el cordón, del primero al tercero y más allá la empoderación, como horizonte, base de sustento y de reconocimiento. Así que con ustedes, The Walking Conurban.