Durante la pandemia, las redes sociales se transformaron en un parche aparente a la participación popular en las calles. Como en un gran mapa extendido del cuerpo de Frankenstein, se notan las suturas y los costurones del parche, donde compiten la muñeca de los grandes influenciadores con los teclados del pueblo cuentapropista.
Natalia Aruguete es investigadora del Conicet, doctora en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes y magíster en Sociología Económica por IDAES-Universidad Nacional de San Martín, y se dedica a observar las interacciones en Twitter, la red social donde se expresan las opiniones de los actores de peso en política social y económica. Es autora de El poder de la agenda. Política, medios y público (2015, Editorial Biblos), y en coautoría con Ernesto Calvo, de Fake news, trolls y otros encantos (2020, Siglo XXI Editores).
No es nativa digital, aunque ya no recuerda cuándo y cómo comenzó a usar internet. Nació en Capital Federal en 1974 y se crio en González Catán (La Matanza), en una calle de tierra “que se llenaba de barro cuando llovía, y aparecía como asfaltada tres veces, porque la dictadura se había robado esa plata”. Su padre, militante del peronismo, se transformó en médico de familias de trabajadores de la construcción de Catán, donde se refugió para proteger a su familia en 1976. Atendía partos a la madrugada en su consultorio y le mostraba a Natalia esos bebés recién nacidos. En cierto modo, la “pandemia” de aquellos años para los habitantes de los barrios populares fue la dictadura cívico-militar.
La mirada de los investigadores sobre un tema y sus objetos de estudio son inescindibles de su historia vital, y de la aceptación o rechazo de su procedencia. Natalia Aruguete entró a la pubertad escuchando comentarios políticos por radio AM en la transición entre dictadura y democracia, y nunca dejó de ser una persona “politizada”.
Los tuits del pueblo
—¿Cómo aparece la política, o lo que tal vez podríamos llamar “la voz del pueblo”, en un contexto en el que hay dificultad para manifestarse en las calles debido a la pandemia?
—Uno no podría decir que las redes sociales son un espacio que habilite la voz del pueblo, o que sean representativas de una opinión pública online. Las redes sociales cambian la relación entre los conductores de la información y los públicos. Lo que se puede hacer es establecer y sistematizar los rasgos de determinadas discusiones público-políticas que se producen en ellas. Siempre aparecen muy marcados cuáles son los rasgos y las tendencias de esas discusiones, donde se activan determinados esquemas de pensamiento a los que llamamos encuadres para entender recortes de la realidad social. Estos encuadres son en sí mismos recortes de la realidad. La circulación de esa información es muy personalizada. Lo que a vos te llega de contenido cuando habitás las redes sociales, probablemente sea muy distinto a lo que podría llegarle a un vecino con quien vos no interactúas demasiado en tus ideas y en tus esquemas de pensamiento. En las redes sociales muchas veces nos relacionamos con información que es coherente y consistente con nuestros esquemas de percepción. E interactuamos con ese tipo de mensajes porque activan en nosotros esquemas de pensamiento que nos hacen acogerlos o evitarlos, según cuanta coincidencia ideológica haya entre ellos y nosotros. Y esas señales que damos a partir de cómo reaccionamos vuelven a los algoritmos que mueven esa activación. Por eso me interesa señalar la idea de interacción y no la de influencia.
—¿Cómo vienen funcionando las interacciones en las redes sociales en tiempos de coronavirus?
—Si yo acepto un comentario que dice que durante la pandemia tenemos que cuidarnos todos, y tengo una concepción colectiva de eso, es más probable que me lleguen mensajes propuestos y emitidos por autoridades en la red, es decir por influenciadores que tienen esa concepción de la pandemia. Si, en cambio, yo tuviera como concepción o como idea de la pandemia el efecto económico y la falta de libertad que la respuesta sanitaria está generando en nosotros, estaría mandando señales a los algoritmos en las redes sociales para que me vuelvan informaciones que sean coherentes con esa idea. Quiere decir que no hay una única concepción de la pandemia, ni aquí ni en el mundo, sino muchos encuadres contrapuestos. Básicamente existen dos encuadres que filtran bastante de estas divergencias, que son la salud colectiva versus la libertad individual. Y ese tipo de encuadres van performando nuestras interacciones con celebrities mediáticas, con medios, con políticos. Por eso es que las redes sociales son una plataforma que, frente a temas que son muy polarizantes, tienden a reforzar estas grietas que se arman en la interacción social. Pensar que habitamos cómodamente un espacio virtual donde todos interactuamos con todos, donde tenemos la posibilidad de expresar lo que queremos y donde además nos enteramos de todo lo que se nos ocurra, es un mito. Es una mentira. En las redes sociales solemos consumir el tipo de discurso que emiten los influenciadores de distinto tipo, en general actores de peso político, cultural o económico que también tienen poder por fuera de ellas, y que por dentro lo consolidan gracias a estos recorridos personalizados que nosotros observamos a partir de la lógica estructural y algorítmica de las redes.
Pensar que habitamos cómodamente un espacio virtual donde todos interactuamos con todos, donde tenemos la posibilidad de expresar lo que queremos y donde además nos enteramos de todo lo que se nos ocurra, es un mito.
—¿Funciona la categoría de “pueblo” dentro de esta existencia o vida digital?
—No todas las redes sociales funcionan de la misma forma. Con Ernesto Calvo solemos analizar la red social Twitter porque es una de las redes más políticas, concentra a usuarios que son muchos más intensos y tiene toda la información pública, no hay información privada. En Twitter nos encontramos con influenciadores que tienen muchos seguidores y siguen a poca gente. Eso los ubica en un lugar jerárquico por el que logran instalar la agenda en las redes sociales, porque muchos de nosotros los observamos y retuiteamos, comentamos o respondemos a esos tuits. En los casos donde la conversación se polariza, es mucho más probable que determinados influenciadores instalen la agenda en el interior de sus burbujas de filtro, o sea en el interior de sus comunidades virtuales. Entonces lo que pasa con el bajo pueblo, con los tuiteros plebeyos, es que acogemos esa agenda y esos encuadres. Esos encuadres explican nuestra agenda y además inciden en el hecho de que en el interior de esas comunidades nos sintamos mayoría. Porque en realidad todos estamos interactuando muy endogámicamente dentro de estas comunidades. Y cada vez nos alejamos más y dejamos de enterarnos de lo que circula en las otras.
Placer cognitivo
—¿Qué papel juegan las fake news en este contexto?
—Uno podría preguntarse por qué funcionan las fake news, o mejor, qué necesitan las fake news de nosotros para sobrevivir. Si tomamos las fake news como un evento político, como la necesidad de generar un daño y capitalizarlo políticamente, y que ese daño tenga entre sus formas una estrategia de desinformación, necesitamos dos caras de una moneda. Una cara es la coordinación de actores que tengan poder en las redes sociales y la otra, quienes estemos dispuestos a acoger esas desinformaciones, en la medida en que son coherentes con nuestros mundos de la vida. Porque nosotros solemos interactuar en redes sociales de manera más afectiva que racional. Aquellos que recepcionamos e interactuamos con una fake news no tenemos motivaciones distintas a lo que nos lleva a interactuar con mensajes verificados. La parte de nuestro cerebro que nos lleva a interactuar de manera compulsiva con los mensajes, es la que nos lleva a tomar aquellos que nos dan placer cognitivo y nos entusiasman para desear compartirlos con otro.
—¿Cómo se produce esa coordinación de actores que genera desinformación de manera intencional?
—Una parte de esos actores son cuentas fakes (cuentas no verificadas, que esconden su autoría), a las que llamamos trolls. Una parte de esos trolls pueden ser pagos, otra parte pueden ser orgánicos. Podés tener cuentas sociales cuentapropistas que se sumen a la fiesta, pero para instalar una agenda de desinformación necesitás que haya una fuerte coordinación entre distintos usuarios que te aseguren que, cuando se inicie esa estrategia, tenga una propagación importante. Esta coordinación es lo que va generando la propagación de esos mensajes. Además se precisa que estos trolls sean influenciadores, o con muchos seguidores que además sean autoridades en la red y sus narrativas sean acogidas por los usuarios que los siguen. Eso significa que esas cuentas coordinadas tengan además un fuerte financiamiento para poder generar contenidos que lleguen a tiempo, que sepan lo que está circulando en la red. Se precisan centros mediáticos detrás de esos trolls. No es solamente gente que está enojada y se pone a insultar. A menudo tenés estrategias de desinformación fuertemente elaboradas en términos discursivos y comunicacionales. Muchos de esos trolls son orgánicos, con lo cual necesitás que se sume a ese engranaje de la desinformación gente que puede ser provocadora y odiadora serial. Y ahí se suman muchas veces los cuadros intermedios de partidos políticos que están preparados para salir a pelear en la trinchera. Más dirigentes políticos, sindicales, corporativos, y celebrities mediáticas que suelen ser muy beligerantes en su comunicación.
—¿Qué clase de noticias falsas circularon respecto de la pandemia?
—En la primera época de la pandemia, donde los niveles de polarización no eran tales, gran parte de la información falsa que circulaba eran falsedades que íbamos creando entre todos, a partir de pedacitos de información que íbamos agregando para poder explicarnos lo que estaba pasando. Era un momento de gran incertidumbre y profunda angustia. Conforme avanzó la pandemia, subieron los niveles de hartazgo, sobre todo en los sectores más opositores a las respuestas sanitarias que tenían los gobiernos y avanzó una polarización. Distintos sectores de un lado y del otro de la grieta fueron creando estrategias de desinformación para embarrar la cancha o para lastimar a otro, o para capitalizar la reputación que se pudiera tener alrededor de un tema o muchos otros etcétera. Pero no siempre la circulación de información falsa tiene los mismos factores explicativos. A veces es una fake news, o sea una desinformación deliberada; otras veces es una falsedad involuntaria que se explica por nuestros sesgos cognitivos, como sujetos culturales que formamos parte de este bendito mundo.
Plaza recomienda leer esta entrevista junto con Llueve, llueve, el pueblo no se mueve, de Horacio González.